La madre suicida

Ni todos los meses, años ni siglos de mil vidas podrán reparar la tremenda desolación de mi pecho al recordar su pequeño cuerpo tan pegado al mío, tan tremendamente mío. Ese ser durmiente eterno que ya no me pertenece, ajeno al tiempo y ajeno a mí, pero fijo en mis retinas, grabado a fuego en ellas. Aún me acompaña su olor, y aún ahora, diez meses después sigo oliéndolo, embriagándome con él.

Sobre el autor