Dos hermanos

"Hola hola! Esta es una nueva historia. Cada vez que escriba un nuevo capítulo, editaré esta entrada de blog y lo colocaré al final de la cola. Por ahora aquí dejo el epílogo. Un abrazo! :D"

Prólogo
 
Desde el ojo herido, una gota transparente resbala por la mejilla, entrando en contacto con los labios, ennegrecidos por la sangre seca del combate. Su melliza sigue el mismo camino, empujando a ambas al vacío del precipicio que forma la barbilla de Haiku.
-“Cuando las flores lloran, las arañas tejen un pañuelo para consolarlas”…
Las lágrimas mellizas se reencuentran en la escarcha, formando así parte de aquel mar de hielo…
 
Capítulo 1

Scarborough Fair

Hola a todos! Hace no mucho, llegó a mis oídos gracias a mi padre la bonita canción de Scarborough Fair, datada del siglo XII. Es preciosa, y desde que la escuché he querido escribir una historia sobre ella ^^ Así que aquí está:
PD: Os dejo la versión que más me ha gustado y además, la más medieval =3 Un precioso sonido! 



Introduction


Un bache en el camino hace que Arely despierte de su profundo sueño sobresaltada. Pestañea varias veces seguidas para conseguir aclarar su vista, comprobando que se encuentra en el mismo carruaje que antes de dormirse. 
Sus padres, sentados con pose vertical y perfecta en los asientos de enfrente, no quitan el ojo de encima a su adormilada hija. La adolescente intenta erguirse con cuidado, pero un peso conocido le impide hacer su voluntad.
-¡Ay! Vanessa, despierta. ¡Qué pesas mucho! – Su hermana melliza le hace oídos sordos y se estira un poco más encima suyo para incordiar, ocupando todo el espacio posible. - ¡Me haces daño! ¡Para!... – Un estirón más… - ¡Auu! 
Miss Kendrik sonríe al ver a sus hijas tan enérgicas después del largo viaje. 
-Venga, niñas, parad. – Tiene ya mucha práctica como para que irriten su paciencia. 
-¡Eso díselo a Vanessa!... ¡Ayy, para ya! – Arely empieza a irritarse, sabiendo que ya tiene malos despertares de por sí.
-Vanessa, deja en paz a tu hermana, anda. – Sr Kendrik lo dice sin ganas, con los ojos cerrados,  pensando que las mellizas ya no tienen edad para ser tan infantiles, pero mantiene sus pensamientos invisibles para no discutir con su mujer.
Vanessa accede al final a las "súplicas" de sus padres y al mal humor de su hermana. Se yergue para recolocarse el ajustado corsé y alisar la falda verde, a juego con sus preciosos ojos infantiles, brillando curiosos por el paisaje que ve entre las rendijas de la ventana. 
-¿Ya estamos en Inglaterra? – Pregunta alegre, como si las horas de sueño no le hubieran hecho ningún efecto. 
-¿Dónde vamos a estar sino? ¿En España? 
-Pues creo que no, porque acabamos de venir de allí. – Responde al tono sarcástico de Arely, y esta finaliza sacándole la lengua sin que su hermana se dé cuenta, está demasiado ensimismada apreciando el bosque que le rodea.
Su madre decide intervenir.
-Exactamente nos encontramos en el condado de Yorkshire, cerca ya de Scarborough. 
Vanessa echa un rápido vistazo al poco cielo que llega a disipar entre las copas de los altos y frondosos árboles mientras su madre da una charla histórica sobre el lugar. Suspira.
-¿Aquí nunca hace sol? – Le corta el discurso sin darse cuenta. Vuelve a soltar aire, demostrando a sus padres la nostalgia que siente por España. 
-No os preocupéis. Pronto os habréis acostumbrado a este clima. Al fin y al cabo, tenéis sangre inglesa, de aquí procedéis. – A Sr Kendrik se le dibujan los dientes en la cara.  Arely se da cuenta. Muy pocas veces ve sonreír a su padre, es el más apagado de toda la familia, pero está feliz de que él se alegre por volver a estar en casa. 
Entonces mira a su madre, ella se percata y le sonríe, Arely le aparta la mirada, avergonzada. Miss Kendrik entiende por lo que está pasando su hija mayor, por lo que decide darle ánimos, cogiéndole de la mano.
-No estés nerviosa, le gustarás. – Ella agradece el gesto, y le sostiene la mano a su madre, apretando más fuerte conforme llegan a su pueblo natal.
                                                                        
 
Chapter 1


Tardaron apenas media hora en entrar en la ciudad. El carruaje recorrió las calles del pueblo, con dos caballos blancos, corpulentos y elegantes, que llamaban la atención de todos los campesinos presentes. 
Se hizo un silencio incómodo por parte de los aldeanos; el herrero abandonó su martillo en el yunque, los taberneros salieron de sus posadas para averiguar la identidad de los ricos visitantes, las lavanderas detuvieron su paso hacia el río; tan sólo los niños hicieron el momento más ameno, persiguiendo entre gritos y risas a los grandes equinos del cochero. 
La situación cambió en unos segundos, la gente regresó a su trabajo, pensando en si serían unos simples burgueses que estaban de paso, o si se trataba de invitados del señor feudal de la zona. Pronto lo averiguarían.

Dentro del carruaje, los corazones rebosan de felicidad, mientras que uno en particular palpita más fuerte de lo normal. Arely está muy nerviosa.
-Bien, ya casi hemos llegado. Niñas, ¿os han servido las clases de inglés? 
La melliza rubia, mira a su padre y recita la presentación que tiene memorizada en la cabeza, con una pronunciación casi perfecta. Al terminar, sonríe, no sufre un mal veredicto.
-¿Vanessa? – Tras esta pregunta se hace el silencio. Unos ojos color hierba descienden hasta fijar la atención en los zapatos que viste su dueña. No se atreve a mirar a su madre, los idiomas nunca han sido lo suyo. – Bueno, no te preocupes. En menos de un mes ya verás como conseguirás hablar perfectamente. – Vanessa accede a la afirmación de su madre, espera que sea cierto, sino, ese mes se le podría hacer eterno. 

El cochero llama la atención de los corceles con un tirón por parte de la cuerda, deteniendo así el avance de los cascos y las ruedas. Un suspiro de Sr Kendrik avisa del esperado momento.
-¡Llego la hora! – Espera a que su sirviente abra la puerta de su derecha, bajando él primero, seguido de su mujer. 
Vanessa aguarda a que su hermana tome la iniciativa, pero la ve paralizada a su lado. No se lo piensa, apoya su mano en el hombro de Arely y da un leve apretón, seguido de un abrazo tierno.
-No te preocupes, todo va a salir bien. Por lo que veo, este prometido tuyo no está nada mal. – Sus palabras hacen efecto, creando una rápida mirada de curiosidad por parte de su hermana a los anfitriones del castillo. Arely le da un "gracias" con los ojos. – Venga, vamos.
Las mellizas descienden los escalones con la ayuda de los sirvientes y se acercan a sus padres, quienes saludan al matrimonio East con ansia. Arely, por auto reflejo coge la mano de Vanessa y aprieta fuerte.
-¿Es ese chico tan alto? ¿El que está cerca de padre y madre? 
-Sí, creo que sí. Es hijo único y no hay nadie más. – Arely sonríe. – La verdad es que es guapo. 
Ambas se colocan a la derecha de sus padres, esperando a que Sr Kendrik haga las presentaciones necesarias. 
-Antony, Selma,  dejadme presentaros a mis hijas, no las llegasteis a conocer. – Se coloca a un lado para que las mellizas queden cara a cara con sus amigos. – Ella es Vanessa, la pequeña. 
Vanessa hace una reverencia, inclinando el rostro y elevando unos centímetros la tela de su vestidura.
-Una belleza de joven, sin duda. – Recalca Sr East en un español pulcro, haciendo así la charla más fluida. Mira también a Arely.
-Y ella, Arely, la prometida de vuestro hijo. – Mientras suelta estas palabras, Sr Kendrik se siente honrado y satisfecho, no intenta ocultar su orgullo. 
Entonces, el muchacho que se encontraba en segundo plano hasta ahora, decide intervenir. Se coloca frente a los visitantes y hace una educada reverencia, lenta y con clase. 
-Me alegro de verte al fin, soy Dominick. Es un placer. – Coge la mano de la melliza y la besa de la forma tradicional. Arely comienza a sonrojarse por el acto. – Ya me imaginé que tendrías un cabello de oro, tu nombre lo demuestra. 
Vanessa y Arely sonríen ante aquella característica. Los adultos miran la escena con ternura.
Un mayordomo aparece en la puerta principal, rompiendo el íntimo momento familiar.
-Sr East, tanto la cena, como las habitaciones de los invitados están listas. Pasen cuando quieran al comedor. 
-Gracias, y saca un buen vino para celebrar la llegada de estos buenos amigos. 
-¡Magnífica decisión, Antony! – Sr Kendrik se coloca a la altura de su amigo y charlan mientras llegan a la mesa. 
Miss East acompaña a la madre de las niñas, mientras que estas se quedan quietas observando al ya muy querido Dominick.
-Es un buen partido. – Admite Arely.
-¡Ah, no! ¡Es un muy buen partido! – Corrige Vanessa con energía.
Y juntas alcanzan al resto. 

La cena fue tranquila, llena de risas y observaciones de España, viejos recuerdos, historias de cacerías, asombrosas visiones y largos paseos, entre otros muchos temas. Alguna que otra vez unas frases en inglés se colaban por despiste, haciendo Arely de traductora para su hermana, quien avergonzada, cuando le preguntaban intentaba decir el mínimo número de palabras posibles en ese idioma tan complicado para su lengua.

El sol ya se había ocultado cuando la carne hubo desaparecido de la vajilla. Se les mostró las habitaciones a la familia Kendrik, asignando una al matrimonio y otra compartida para las mellizas, con dos camas individuales. 
Hubo despedidas amables y elogios de buenas noches. Y, en poco tiempo, los pasillos quedaron sumergidos en un silencio nocturno y apaciguado, exceptuando los ronquidos masculinos de algunos personajes.
 
 
Chapter 2


Las horas de sueño pasaron rápidas por el cansancio del viaje. La mañana llegó calurosa, con la característica temperatura de junio.

Vanessa despierta con la luz de un rayo de sol entrando por la ventana. Se toma su tiempo, entre esas sábanas limpias una se siente demasiado a gusto. 
Cuando decide abrir del todo los ojos observa la habitación desde su almohada; dos armarios de madera oscura, separados por un escritorio de gran tamaño, unas mesillas diminutas al lado de las camas, con un candelabro cada una con velas aun sin estrenar. 
Echa un vistazo a su hermana, ella sigue en la cama. Vanessa sonríe, un pensamiento malévolo y juguetón la atrae. Se separa de su dormitorio e incorpora, dejando que el camisón caiga a su manera sobre su cuerpo, ya poco adolescente. Intenta no hacer ruido, apoyando la planta del pie de forma muy delicada. Se separa del suelo y coloca al lado de Arely, va dejando caer el peso poco a poco para no despertarla. 
Entonces, comienza a soplar en la oreja de su hermana, produciendo unas cosquillas que crean espasmos en el cuerpo dormido. Se ríe mientras juega, quiere hacer enfadar a su melliza. Sigue soplando, hasta que un puñetazo en la cara hace que se caiga al suelo. Un grito sale de su garganta, creando así un brusco despertar para Arely.
-¿Qué pasa? – Mira a Vanessa, tirada en el suelo, rodando sobre sí histérica.
-¡Que qué pasa! ¡Pues que me has dado un puñetazo en la cara! – Grita enfadada. 
Arely no entiende en principio, pero en seguida comienza a reírse de su hermana, entiende que falló en su intento de despertarla.
Trucan en la puerta, y al abrirla aparecen dos hombres grandes y fuertes. Las mellizas se quedan anonadadas.
-Disculpen por la interrupción, señoritas. Soy Drake, y mi compañero Dimitri. Nos han encargado que les acompañemos en todo momento por su protección. – Suelta lo que le han ordenado con la vista en el suelo, no tiene permitido mirar a las hijas de los Kendrik sin su consentimiento.
Las hermanas siguen en sus lugares, quietas, un poco extrañadas por la situación. No se lo esperaban. Vanessa rompe el hielo levantándose y sacude su camisón. 
-Bueno… pues, bien. – No sabe exactamente qué decir. - ¿Hay algún plan ya hecho para hoy? 
-Sí, señorita Vanessa. El señorito Dominick ha decidido llevaros a su hermana y a usted, después de la comida, por los alrededores para conocer el condado. – Informa Dimitri, también con la vista en otro lugar. 
-Entendido, ¿podéis ir a avisar a los señores de que bajaremos en media hora, por favor? – Pide Arely en inglés.
-Sí, señorita. – Ambos hacen una reverencia y salen de la habitación dejándoles intimidad a las jovencitas. 

Durante esa media hora hubo cuchicheos, bromas, cosquillas, juegos entretenidos y tirones de ropa, unos cuantos dolores de pecho y momentos sin respiración. Al final, las antes niñas somnolientas, se convirtieron en unas damas hermosas de clase alta, con la única diferencia del color del cabello y de sus ojos, rebosantes de curiosidad.

Aquel día estuvo lleno de naturaleza y curiosidades. Los campesinos pudieron descubrir a las personas que protegía el carruaje del día anterior, dos adolescentes de gran belleza y elegancia paseaban por las calles empedradas del lugar. Una de ellas, la del pelo liso y del color del sol, tan raro de ver por ese reino, iba recogida por el brazo del hijo del señor feudal, quien les explicaba la historia de Scarborough con alegría y, presentándoles a personajes característicos de la población. Pero siempre con una escolta personal de dos hombres que nunca cambiaban la expresión del rostro, recto y simétrico.

Vanessa está impresionada, los hogares y la gente se reflejan en el espejo de sus ojos esmeralda. Es todo muy diferente a España, no mejor, tampoco peor, diferente nada más. Una diferencia que le gusta, aun sin ver muchos ratos el cielo despejado. 
Dominick no cesa de contarles todo lo que él sabe, echa de vez en cuando una mirada a sus acompañantes. Charla con Arely con frecuencia pidiéndole su opinión, y pregunta cualquier cosa a Vanessa con tal de que consiga decir unas pocas palabras en inglés, quiere ayudarle a entender el idioma. 
Él se detiene y se dirige a Vanessa una vez más, le habla en inglés, de forma lenta, pero por la cara que pone la muchacha, no entiende muy bien. Repite entonces, esta vez en español.
-Si hay algo que no entiendes, puedes pedirme que te lo repita con otras palabras o en español. No me resulta difícil. 
Vanessa se sonroja de vergüenza, que una dama no sepa por lo menos dos idiomas, es algo innegable.
-No, no te preocupes. – Consigue pronunciar sin dificultad. – Gracias, pero prefiero intentarlo yo sola.
-De acuerdo… - Pero no le va a hacer mucho caso, al menos, no siempre. – Vayamos a la posada, beberemos algo.
Se acercan a la puerta, permitiendo Dominick que pasen ellas primero, haciendo los honores. Les hace sentarse en una mesa al fondo del todo. 
El ambiente está animado, varias personas charlan  en las mesas de alrededor, y los encargados del lugar limpian y sacan a relucir el barniz de la madera. Dominick se acerca al tabernero. 
-Buenos días, Jerson. 
-Bienvenido, señorito Dominick. ¿Qué quiere tomar hoy?
-Póngame una jarra de hidromiel para mí y dos vasos de agua para las señoritas. – Dice señalando hacia el lugar donde se encuentran. 
En no mucho tiempo vuelve a la mesa con las bebidas entre las manos, las apoya y se sienta, de espaldas a la muchedumbre. 
Vuelven a charlar, en inglés, claro. Y surgen vivencias de la infancia y comparaciones. Son jóvenes, aventureros, y aun tienen algunas fantasías en la cabeza que sacan a relucir, aprovechando que los padres no se encuentran cerca. 
Vanessa intenta seguir la conversación, pero le es demasiado complicado por la velocidad con la que hablan Dominick y su hermana, así que acaba evadiéndose del lugar sin percatarse. Mira hacia delante, durante mucho rato no piensa en nada, hasta que Arely le roza el brazo con la mano.
-¿Estás bien? – Le pregunta en el lenguaje de su infancia.
-Oh, sí, tranquila.  Sólo que me gustaría volver al castillo, va a anochecer en breves, y estoy cansada. 
Dominick interviene.
-Está bien, vámonos. 
-No, no hace falta que me acompañéis, me iré con Drake. Me apetece pasear. 
Le da un beso a su hermana y se levanta, haciendo una reverencia a su anfitrión. No se gira, sale directamente a la calle, con Drake pisándole los talones, trabajo que hace incluso mejor que la sombra de ella.
Aun hay luz en el horizonte, aunque no durará mucho, la luna llena ya se aposenta en el cielo. 
La puerta de la taberna se abre a sus espaldas, Vanessa se gira, pensando en su hermana. Pero en vez de a ella, se encuentra una figura masculina de su edad. Soporta una caja, pesada, los brazos le tiemblan del esfuerzo. El muchacho se detiene, mirándola con desdén. Vanessa se extraña, que un campesino le mire de esa forma es algo asqueroso, no está en su derecho. Así que se cruza de brazos, de forma desafiante. Drake observa a ambos, no sabe qué hacer. El muchacho continúa con los ojos clavados en ella, no pestañea. 
De repente, le da una sacudida y gira la cabeza. Empieza a caminar por la calle para dar la vuelta a la taberna. 
-¡Eh, muchacho! – Lo llama Vanessa enfurecida, pero él no hace respuesta. - ¡Te estoy hablando, plebeyo!... ¡Oye! – Nada. - …Increíble…
Echa a caminar en la dirección que ha tomado el muchacho, está enfadada. Si va a vivir allí no puede permitir que los campesinos la traten como una igual. Drake la sigue, se lo está pasando bien con esa niña, es curiosa. 
Vanessa gira la esquina que había tomado el chico hace apenas cinco segundos, pero él ya no está. Extrañada, Vanessa da vueltas oteando a la poca gente que queda en las calles.
-Señorita, hay que irse ya. 
Vanessa accede. 
El sol ya ha desaparecido en el pequeño rato que ha pasado, ocupando su lugar la luna, majestuosa y brillante en el cielo. Una luna azul, ataviada con una densa capa de nubes a su alrededor.
 
 
Chapter 3


Ya casi alcanzaban la puerta del castillo Vanesa y su protector, cuando desde el pueblo llegó un barbullo de gritos de terror. 

Vanessa gira sobre sí y divisa el pueblo, que visualmente se encuentra en calma, pero contradicen sus oídos esa falsa paz, ya que distingue gritos de ayuda en la lengua inglesa. Se dispone a partir en su dirección cuando Drake la detiene, esta vez sí, mirándole directamente.
-Señorita, entre en el castillo. 
-¿Pero no lo oyes? – Grita asustada. – ¡Mi hermana aun está en la taberna! 
Vuelve a caminar en su dirección, esta vez de forma más rápida. Pero se detiene al comprobar que Drake no le sigue.
-Puedes acompañarme si así estarás más tranquilo. – Drake afirma, aunque sabe que más que nada, se trata de una orden.

En el pueblo la gente corría de lado a lado entre gritos. Asustada, Vanessa intentaba preguntar a los campesinos dónde se encontraba su hermana, pero nadie le respondía, sólo corrían histéricos. 
Entraron en la posada, pero su hermana ya no estaba allí. Cuando fue a salir con Drake delante de ella, una mano la agarró por el brazo.

-¡Madre de Dios! ¿Está loca? ¡No salga allí fuera! – La voz de Jerson dejaba entrever un miedo atroz a la oscuridad nocturna de detrás de la puerta. 
Vanessa intenta zafarse, no entiende lo que dice aquel hombre, pero aun así le está metiendo mucho miedo. Drake interviene, haciendo que el posadero suelte a la señorita de una forma delicada, después pregunta:
-¿Otra vez?
-Sí, esta noche han regresado, pero sólo es uno. Ha salido de la nada, por sorpresa. 
Vanessa no entiende, pero tampoco se atreve a preguntar. Mira a Drake interrogativa. 
-¿Dónde está mi hermana? – Pero no obtiene respuesta. - ¿Dónde está Arely?
-No lo sé. – Admite Drake. – Tal vez ya está en el castillo. 
-Pues vayamos a averiguarlo. – Intenta alcanzar la puerta, pero Drake la recoge en brazos y la vuelve a posar en el suelo, un poco más lejos de la entrada. 
-¡¿Pero qué te crees que estás haciendo?! ¡Suéltame!
-No puede salir ahora, corremos peligro. Todos. – Pronuncia en español. La agarra de la muñeca y arrastra escaleras arriba. El posadero los sigue, no sin antes asegurarse de que la puerta está bien bloqueada. 
En el piso de arriba se encuentran con dos hombres más de avanzada edad.
-¡Suéltame! – Ordena Vanessa.
Drake obedece. 
-Muy bien, ahora o me cuentas lo que está ocurriendo o traspasaré esa puerta. – La amenaza no es muy creíble, pero aun así el posadero interviene en español.
-¿Ha oído alguna vez hablar de la licantropía? – Le cuesta dejar salir esas palabras. 
Gritos en el exterior humedecen el ambiente. Vanessa duda al no dar a crédito.
-…¿Licántropos?... ¿Hombres lobo? – Hace una pausa. - ¿Intenta que me crea que una bestia infernal está atacando el pueblo? – Produce una risa nerviosa, no se lo puede creer. – Santa María…
Jerson va a un rincón y regresa, entrega a los presentes unas cuerdas. También a Vanessa.
-¿Qué es esto? – Lo recoge con las manos.
-Los licántropos son alérgicos a la plata, es mortal para ellos. – Explica Drake. – Estas cuerdas están impregnadas con esencia de plata, el olor mantendrá alejado al hombre lobo de nosotros. 
La mujer se desespera. 
-¡Ya estoy harta! – Grita. – Esto no es un cuento de hadas, yo me voy a buscar a Arely. 
Drake ya no aguanta más, la separa del suelo mientras ella grita. Consigue tumbarla en el suelo y atarla con la cuerda, aunque Vanessa no pone de su parte. 
-¡Virgen santa, quieren callarse de una vez!
Un ruido interrumpe a los escondidos, la puerta ha caído. 
-¡¡Ataros!!
Consiguen resguardarse con las cuerdas justo en el momento en que entra en la sala un espectro negro. 
Vanessa cierra los ojos, no quiere mirar. Oye los gruñidos proferidos por ese demonio, tiembla al notar sus pisadas cada vez más cerca del grupo. No se atreve ni a respirar, está aterrada. 
El demonio avanza hacia uno de ellos, uno de los clientes de la posada. El hombre llora mientras el hombre lobo lo olisquea. Se aparta de golpe entre chillidos y gemidos, la esencia de plata consigue hacer efecto. Pero ello no lo detiene, sólo ha conseguido enfurecer al demonio. Aúlla con rabia, y ello estremece las paredes de piedra. 
Vanessa grita muy fuerte, entonces, el espectro cesa su voz y mira perplejo a la humana que tiene ante él. Se acerca lentamente, intentando no respirar el ponzoñoso aroma que proviene de las cuerdas. 
Cuando ya casi la roza, Drake decide levantarse y, heroicamente se lanza sobre la criatura. 
-¡¡Corramos!! – Grita uno de los hombres.
Tanto el otro, como Jerson, hacen caso a su sugerencia, abandonando la habitación sin ayudar a Vanessa o Drake. Este intenta zafarse de los intentos de mordisco del licántropo, pero uno de ellos acierta de lleno en el pecho del valiente guerrero. Un grito ahogado rompe su boca, y cae al suelo. El espectro remata al moribundo hombre degollándolo de un solo mordisco. 
Vanessa ha sido espectadora de toda la atroz escena, ahora sí que no se atreve a moverse, está completamente petrificada. 
La sangre empieza a decorar el suelo de la estancia, colándose entre las rendijas que deja la madera, goteando así hasta el segundo piso. No quiere mirar al cuerpo, intenta cerrar los ojos, pero no le responden sus músculos.
Lo tiene delante, justo enfrente. Un enorme lobo negro de ojos violetas le observa jadeando, dejando al descubierto unos colmillos manchados de sangre. No, no es un lobo, se sostiene sobre las dos patas traseras, sin tambalearse. Recuerda a la forma de un humano. Vanessa no sabe qué hacer, tampoco se le ocurre nada, las cuerdas imponen demasiada resistencia. Tan sólo vigila al hombre lobo.
El demonio no se acerca más de un metro a ella. Ella no lo entiende, pero un gruñido amenazador corta su pensamiento, y el demonio se abalanza sobre Vanessa Kendrik, con los colmillos de Satanás pidiendo sed de sangre.
 
Chapter 4


El pueblo se sumía en una calma fantasmal. Los campesinos intentaban dar esquinazo al demonio, escondiéndose en cualquier sitio. Pero no adivinaban que en la posada se estaba dando una pelea entre la criatura y una sencilla muchacha. Si lo hubieran sabido habrían ido a socorrerla… o no. 

Vanessa ha conseguido separarse de las cuerdas, ahora ya de nada le sirven. De una patada aparta al licántropo de su lado, reteniéndolo apenas unos segundos, lo suficiente para erguirse.
El emisario de Satán vuelve a atacar a la joven, derribándola de nuevo. La chica se golpea la cabeza contra el suelo, siente una punzada de dolor que no cesa, pero la adrenalina que ahora mismo le recorre el cuerpo evita que le preste gran atención.
Tiene los colmillos ya muy cerca del rostro y, con las manos, intenta detener el mordisco. Alcanza la cuerda con la mano izquierda y, como si se tratara de un látigo, golpea en el costado al licántropo  que suelta un aullido de dolor inimaginable. Un aro de vapor asciende en la atmósfera mientras el animal se derrumba en el suelo y se revuelca. Vanessa se levanta y observa como el pelaje negro de esa zona se convierte en un líquido rojo que emana sin pausa. 
El hombre lobo se levanta, y de nuevo, embiste a la joven. Ella se defiende colocando la cuerda delante de sí, dejando que entre en contacto con la garganta de la bestia. Una vez que ha caído al suelo, le rodea todo el cuello con la herramienta y deja que se retuerza mientras una oleada de vapor sale de su cuerpo. De repente, un recuerdo aparece en su mente. 
Ella de pequeña leyendo un libro de fantasía, con una frase en especial: "Si alguna vez con un emisario del anticristo te encuentras, no estarás condenado a la muerte eterna. Halla entre muchos el verdadero nombre de su portador, así conseguirás salvarte de un destino atroz."
Y decidió creer en esas palabras:
-¡Liam! … 
Pero no ocurrió nada diferente, seguía torturando a un licántropo con una cuerda con esencia de plata entre gemidos incesantes.
-¡Gael! … - Nada. - …
-¡Darwin! ¡Jaden! ¡Bill! ¡Gary! ¡Madison! ¡Harrison! ¡Steve! ¡Jefferson! ¡Marley! ¡Wilder! ¡Edison! … - Miles de nombres utiliza, hasta que…-  ¡Hassel! – Y con este último, los aullidos de la criatura cesan.
Vanessa no se fía, pero después de comprobar durante unos segundos que el animal no emite ningún sonido ni movimiento, se aparta con cuidado, apretando con fuerza la cuerda entre sus manos, manchadas de sangre por la ardua pelea. 
Se asusta, una convulsión estremece al cuerpo inerte del lobo. La sigue otra, otra, otra, y así sucesivamente hasta que su cuerpo empieza a moldearse violentamente. 
Vanessa grita, se apoya bruscamente contra la pared, como intentando fundirse con ella. Cierra los ojos, siente un pavor inhumano. Cuando deja de percibir sonidos extraños, decide volver a mirar.
Sus ojos se salen de las órbitas, un muchacho… un muchacho se encuentra tirado en el suelo, junto al cuerpo desfigurado de Drake. Intenta acercarse hasta él, con muchísimo cuidado. Evita tocar la sangre que mancha todos los rincones del suelo, se arrodilla cerca del chico. Está desnudo, y por lo que parece también dormido. En ese momento se da cuenta, se trata del campesino de esa tarde, el impertinente. 
-Eii… - Lo tambalea un poquito. – Eii… despierta…
Como respuesta, el muchacho vuelve en sí de golpe y salta encima de Vanessa, dejándola debajo de sí, perpleja y asustada. No parece que supiera lo que hacía, porque de repente se aparta de ella cuanto puede, alcanzando una esquina de la habitación. Parece aun más aterrado que ella, cosa difícil. 
Vanessa se levanta, no sabe qué decir, pero el chico ocupa su lugar con un llanto de lágrimas que rebosan de sus ojos de una forma escandalosa y triste. La chica no se acerca, se mantiene en su posición. El muchacho empieza a nombrar una serie de frases y palabras sueltas en inglés, Vanessa sólo alcanza a entender unas pocas.
-Sangre… … Mucha sangre… Lo he matado… … Lo he matado… ¿Qué he hecho? … Demonio… Lo soy… … ¿Y la chica? … ¿Qué le he hecho a ella? – Todo entre gemidos y sollozos.
Vanessa, al oír esto último comprueba su aspecto; su vestido está destrozado. Tiene unas cuantas magulladuras en los brazos y un montón de sangre por el cuerpo, alguna suya y otra no. Ahora es cuando le empieza a arder la cabeza, levanta la mano para rozar la herida con los dedos. Tiene sangre todavía.
El campesino sigue llorando. Siente verdadera lástima por él. Si todo lo que ha leído en los libros sobre la licantropía es cierto, él, verdaderamente, no tiene la culpa de lo que acaba de ocurrir. Decide acercarse, inclinándose a su lado, pero no se atreve a tocarle.
-¿Hassel?...
El chico levanta la cabeza. 
-¿Cómo conoces mi nombre? ¿Cómo lo has hecho?... ¿Por qué vuelvo a tener este aspecto?... – Le acribilla a preguntas, pero Vanessa apenas comprende unas pocas palabras, así que se mantiene callada, y le dice en inglés que no le entiende. 
Entonces Hassel lo comprende, es española. Se mantienen callados, mirándose. En un momento en concreto, Vanessa decide levantarse y se acerca al cuerpo degollado de Drake. 
-Dios… perdóname por esto. – Y, arrodillada, comienza a desvestir el cadáver. Una vez que acaba, recoge la ropa, sucia, rota y manchada, y regresa al lado del campesino. 
-Levántate. – Ordena. 
El muchacho obedece, no le importa estar desnudo, su conmoción es demasiado grande como para pensar de forma normal. Ella lo viste con cuidado de no asustarlo, mientras que investiga el número de heridas que le ha causado con la cuerda. Hassel tiene unas quemaduras increíblemente horribles en la espalda y en el cuello… se siente culpable. 
-Terminé. ¿Mejor? – Hassel no le responde. 
-Lo siento… - Consigue pronunciar. – Lo siento mucho… no debería hab… - Y rompe a llorar de nuevo. 
Vanessa lo hace callar tapándole la boca con las manos. Escucha con atención los sonidos que se oyen en el exterior, se había olvidado de ellos por completo. Reconoce una de las voces, ¡es la de Dominick!
Rodea a Hassel con los brazos.
-No te preocupes, te perdono.
 
Chapter 5


Los dos jóvenes salieron de la taberna y se dirigieron al centro de la plaza, donde ya varias personas se habían reunido. Entre ellas, los nobles del castillo. 

-¡Vanessa! – Arely no consigue controlar ni el volumen de su voz ni el llanto que se le escapa, y corre hacia su hermana con los brazos extendidos. 
Las mellizas chocan de forma brusca y mantienen el abrazo durante un buen rato entre lágrimas. 
-No volveré a separarme de ti nunca. – Repiten varias veces las dos juntas. 
Dominick se acerca a ellas, y mira al jovencito que las acompaña sin comprender. Vanessa se da cuenta y decide explicarlo todo, aunque con una versión diferente a la verdadera:
-Dominick, él es Hassel. Me salvó del ataque del licántropo. 
Dominick no da a crédito, pero mantiene la compostura. 
-¿Y Drake? Le ordené que se quedara contigo.
-…Drake está muerto en la taberna… su cadáver está subiendo las escaleras…
Los padres de las mellizas y los señores feudales llegan en ese mismo momento. Habían sido avisados por Dimitri de la situación.
-¡Hijas! – Kristen, la madre de las niñas, va corriendo a su lado. Está realmente preocupada. – En seguida nos iremos a casa, primero tenemos que encargarnos de los aldeanos. – Intenta tranquilizarlas. 
Tanto Arely como Vanessa asienten, aun están confusas. Sobre todo Vanessa, hace mucho que dejó de creer en los cuentos infantiles y las pesadillas, ahora es diferente. 
-Madre, ¿puede venir él también? Este campesino me salvó la vida. – Mueve la cabeza en dirección a Hassel, Miss Kendrik lo evalúa, y en pocos segundos da el visto bueno. 

Fueron las horas más lentas en la vida de los extranjeros españoles, nunca antes habían oído hablar de criaturas demoníacas en el condado de Yorkshire. Cuando por fin hubo terminado todo y se aseguraron de que la criatura no volvería esa noche, decidieron volver al hogar. Una vez allí, dejaron que los jóvenes pudieran lavarse, incluso Hassel. Y aquellos que pudieron dormir, así lo hicieron. Arely tardó bastante, pero al fin lo logró. Los únicos que no pudieron conciliar el sueño fueron Vanessa, aterrada todavía por las imágenes que había contemplado, y Hassel, sintiéndose la persona más culpable de toda Inglaterra, y tal vez de Europa.
Al llegar la mañana, muchos de ellos aun no se creían lo que había ocurrido. Todos se reunieron en el comedor para zanjar el asunto.

-¡¿Qué demonios ha ocurrido aquí, Antony?! – Sr Kendrik echa humo por los ojos. – ¿Desde cuándo ocurre esto?
-…Desde hace unos veinticinco años. – Contesta Selma, al ver que su marido no está dispuesto.
-¿Y por qué no avisáis a los transeúntes o comerciantes que vienen aquí? ¿Por qué no a nosotros? – Miss Kendrik no lo entiende. 
-Porque sino este pueblo caería abandonado. Necesitamos el comercio para sobrevivir aquí.
-¡Pero están poniendo en peligro a mucha gente! – Interviene Arely, en nombre de su hermana. – Vanessa tiene razón, así sólo conseguirán que haya varias muertes. 
El matrimonio East no intenta protegerse a los ataques.
-¿Por qué continúan viviendo aquí los campesinos? 
-Porque es su hogar, han nacido aquí y no quieren abandonarlo. Al igual que nosotros. – Dominick es sincero, y tiene mucha razón.

En pocos minutos llegó el turno al asunto de Hassel. Lo hicieron llamar, y el muchacho se presentó, comportándose esta vez como es debido ante alguien de la realeza. 
-Bien, toma asiento, chico. – Lo invita Sr East. 
Hassel obedece, sentándose en el único sitio que queda libre, junto a las mellizas. Calla hasta que empiezan a interrogarle. 
-¿Cómo lo hiciste? – Comienza Sr East, pero su amigo le corta. 
-Antes de eso, Antony, creo que deberíamos dar las gracias al muchacho, y sobre todo yo. – Gira la vista hacia Hassel, mientras señala a Vanessa. – Has salvado a mi hija menor, y estaré eternamente agradecido a tu valentía. Gracias, de verdad. – Hace una pausa. – Dinos tu nombre, chico. 
-Hassel, señor. – No duda. 
-Hassel,… ¿tu apellido? 
-Perdóneme, pero no conozco mi apellido. Lo único que puedo decirle es que trabajo en la taberna del pueblo. Jerson, el posadero, se hace cargo de mí y de dos chicos más. 
-Entiendo… - Pronuncia Miss East. Los demás atienden ávidos y con interés la conversación, sobre todo una de las mellizas. 
-Explícanos lo que ocurrió, por favor. 
Hassel no responde a esta proposición, así que Vanessa ocupa su lugar, gracias a la traducción de su hermana. 
-Volví al pueblo, acompañada por Drake, para buscar a mi hermana y a Dominick, padre. Entramos en la taberna y Drake me dijo que me escondiera en el piso superior, atrancó la puerta y nos escondimos. – Hace una pausa, piensa omitir algunos apartados. – Oímos un ruido y el demonio apareció. Drake me defendió, pero… - Continúo desde otra escena. Todos la escuchaban sin cortarla. – En el último momento apareció Hassel, ahuyentó a la criatura con una de las cuerdas con esencia de plata que utilizamos Drake y yo para resguardarnos. 
El silencio se prolonga unos segundos, hasta que se dan cuenta de que allí ha acabado la narración de la chica.
Los padres de las mellizas se levantan y se acercan a los asientos de los adolescentes. Sr Kendrik hace un gesto a Hassel y a sus hijas para que se levanten. 
-En nombre de mi mujer y mío, te damos las gracias de corazón. Y, nos gustaría, que ocuparas el sitio de protector de mi hija, viviendo aquí en el castillo con nosotros. Estará segura en tus manos. 
-Estoy de acuerdo con mi marido, muchas gracias. – Miss Kendrik le da dos besos al campesino, uno en cada mejilla. Este se ruboriza, pero no los disfruta como un alago, sino como una equivocación. 
-Id a descansar si queréis. Aun no es la hora de la comida.
Dominick se acerca a Arely.
-¿Te gustaría dar un paseo conmigo? – Arely sonríe, asintiendo a su proposición.
Vanessa se lo piensa.
-Querría ir al pueblo, quiero comprobar cómo están los ciudadanos. 
Sus padres admiran el corazón de su hija, y ordenan a Hassel que la acompañe. Este accede, y lo ayuda a Vanessa a levantarse. Mientras dan unos pasos en dirección al vestíbulo, Hassel se derrumba, cayendo al suelo, inconsciente.
Vanessa grita y se arrodilla, dándole la vuelta con cuidado.
-¿Le curasteis las heridas? – Pregunta rápido a una de las sirvientas que se acerca. 
-Lo mejor que pudimos, señorita.
-¡Pues no ha sido suficiente! – Grita enfurecida la adolescente. – Subámoslo arriba, yo os acompañaré.
 
 
Chapter 6


Vanessa se quedó en la habitación donde descansaba el campesino. Estaba preocupada por él, tenía heridas graves por la lucha, pero no era esa la única razón. Deseaba que se despertarse, para poder contestar a todas sus preguntas, eran demasiadas. Y, como respuesta a sus plegarias, Hassel abrió los ojos. 

Su mirada deambula por la habitación, se le nota cansado.
-¿Estás mejor? – Intenta que se fije en su presencia. 
El muchacho gira la cabeza hasta encontrarla, sentada junto al escritorio. 
-Sí, gracias. – Lo dice al tiempo que se yergue sobre la colcha. 
Durante un largo rato se mantiene un silencio incómodo, ninguno de los dos se atreve a comenzar una conversación. 
-¿Cuánto rato llevo dormido? 
-Ya es por la tarde, aunque aun queda para que anochezca. 
Otros segundos sin nombrar palabra. Vanessa decide lanzarse:
-¿Qué te ocurrió?
-No quiero hablar de ello. – Replica rápidamente él. 
-Pero… Quiero decir, no es algo natural. Parece más bien obra de… - Le cuesta encontrar las palabras en inglés, así que varias las pronuncia en español. Y al final de la frase calla, por miedo a nombrar la palabra. 
-Obra del demonio, ¿no? Era eso lo que querías decir. – No parece enfadado, pero tampoco contento. 
Vanessa agacha la cabeza. 
-No te preocupes, sé que estás asustada. – Lo pronuncia en un español perfecto, demasiado extraño para ser un simple campesino. 
-¿Cómo sabes hablar mi lengua? – Pregunta sorprendida. 
Él suspira.
-Mi madre era de origen español. Me enseñó la lengua cuando era muy pequeño.
-¿Dónde están ahora? – Aunque ya sabe la respuesta a su pregunta. 
-Eso no te incumbe. – Ahora sí que está malhumorado. 

Hubo una pausa larga en la conversación. 

-¿Puedes caminar? Querría ir al pueblo, antes no he podido ir. 
-Claro, my lady. – Responde Hassel con ironía.
 
 
Chapter 7


El mes de junio dejó paso al siguiente. Las temperaturas aumentaron levemente y el sol se dejó ver más de una vez por los parajes ingleses. 
Arely y Dominick cogieron la costumbre de dar un tranquilo paseo por los caminos después de la comida, acompañados normalmente por Ringo, el perro del matrimonio East. 
Vanessa aprendió a coger más soltura en el idioma, y pasaba largos ratos en el pueblo. Espiando a Hassel durante su trabajo en la posada cuando creía que él no se daba cuenta. Su relación tampoco fue a mejor verdaderamente, pero ahí seguía.
A mediados de julio, horas antes de la finalización del ciclo lunar, Vanessa decidió hablar con su protector.

La puerta de la posada se abre, apareciendo una dama burguesa. Hassel echa un rápido vistazo para recibir al nuevo cliente, pero cuando ve de quién se trata, se lo piensa mejor. Vanessa espera a que él tome la iniciativa de ir a recibirla, pero es en vano. Así que se acerca malhumorada al mostrador de la taberna.
-¿Hassel? 
-¿Sí, señorita? – Pregunta en tono despistado.
-Necesito hablar contigo. – Su tono suena preocupado, respondido con un suspiro de agotamiento por parte del chico.
-En primer lugar: no vuelvas a salir sola del castillo cuando yo no estoy, te estás jugando mi cab…
-Me he escapado. – Lo corta rápidamente. 
-… En segundo lugar: todo está bajo control, no tienes por qué preocuparte. – Ya comenzaba a ponerse de mal humor. 
-Pero… hoy es…
-¡Calla! – Hassel agarra el brazo de Vanessa y la arrastra hasta una puerta trasera del lugar. Hace que choque contra la pared y la retiene allí para que no pueda separarse. Las paredes parecen de papel, así que se acerca más a ella para no tener que hablar más alto que un susurro.
-No debes meterte donde no te llaman. – Ya está enfadado. – E intenta mantener la boca cerrada.
-¡¿Qué tono es… - Su grito histérico es detenido por la mano mojada de Hassel en su boca.
-Te he dicho que no grites. – Ella responde con chillidos y bofetadas. Él suspira. - …No tienes remedio. – Al final la suelta, apartándose un poco. La mirada desafiante de Vanessa lo atraviesa. 
-Tú y yo nunca vamos a llevarnos bien, ¿verdad? – Pregunta ella.
-Si sigues comportándote como una niña, por supuesto que no. – Pronuncia unas palabras en inglés por lo bajo para que Vanessa no las oiga y se da la vuelta.
-Espera Hassel. Sólo estoy preocupada, no quiero que vuelva a oc… 
-He dicho, que todo está bien. – La corta de nuevo. – Ahora vuelve al castillo. Y dile a tus padres que tengo que estar trabajando esta noche aquí, necesito dinero para sobrevivir.
Abre la puerta, dejando pasar primero a la doncella. Regresa a su faena de lavaplatos, cuando entonces aparece su sombra de nuevo sobre la barra. 
-Ponme un vaso de hidromiel. 
Hassel está estupefacto. Se ríe.
-No pienso ponerte una bebida alcohólica a ti. Y vete ahora mismo. – Pero ella no está por la labor. Hassel decide ignorarla. 

Vanessa no aguantó más de dos minutos sin que él le dirigiera la palabra, de esa forma tomó la entrada de la posada y desapareció.
 
 
Chapter 8


Ya casi es de noche. Vanessa está sentada en una de las piedras de la plaza principal del pueblo, jugando con una piedra. Está aburrida, no sabe cuánto tardará Hassel en salir de la posada, y quiere seguirle para averiguar cómo va a proteger a los ciudadanos esa noche, y a él también.
Después de un largo rato se ve su silueta. Vanessa se levanta rápidamente y se esconde en una esquina. Lo persigue de forma muy patosa por las calles del pueblo, hasta que comprueba que Hassel se dirige al bosque. Deteniéndose de pronto a mitad de distancia, en medio de la nada, representada por prados. 
-¿Se puede saber qué te dije antes? – Ni se ha girado. Vanessa también para unos segundos, luego corre hasta el lugar donde está Hassel.
-¿Cómo sabías que estaba detrás?
-Eres una inútil.
-¡¿Qué?!... Pero…
-Es cierto. – No parece muy agradecido por la preocupación de la chica. – Haces demasiado ruido, y nada más salir de la posada he notado tu olor cerca.
Vanessa se indigna, pero por ello no va a dejar de insistir.
-¿Eso es algún poder especial? ¿Huelo bien por lo menos? - Hassel permanece rígido como una piedra y no contesta. - ¿Por qué vas al bosque?
-Vuelve a casa. 
-Está a muchos días de aquí, por desgracia. 

La discusión fue larga, más de lo previsto por Vanessa. Hubo insultos de por medio y subidas de tono por ambas partes, y eso desquiciaba al noble ego de la adolescente. Pero terminó por inclinarse la balanza a su favor, acompañando a Hassel hasta su destino. 
Entraron en el bosque, y no se detuvieron hasta llegar a un prado destacado en el paisaje forestal. 
Vanessa miró curiosa a su alrededor, alcanzando a divisar unas formas humanas en la poca luz que llenaba el ambiente. 
-Ven. – Ordena Hassel. Y por sorpresa, ella acarrea sin musitar queja alguna. 
Alcanzan el pequeño y extraño grupo de personas presentes allí. La única chica observa a la acompañante de Hassel y, antes de nada, él da explicaciones. 
-Perdona Amber, no he podido hacer nada. – Calla. – Y sí, ella es Vanessa. 
Se oyen risas por parte de los dos chicos que miran curiosos a las dos mujeres. En seguida corren hasta Hassel y se lanzan encima suyo, tirándolo al suelo.

Vanessa se mantuvo quieta y serena, mirando los hipnotizantes ojos de Amber, de un amarillo real casi artificial, contrastando con su oscuro cabello. Era una mujer de mediana edad, pero tan atractiva como si tuviera dieciséis años. 

Al fin, una sonrisa rompe el silencio.
-Hola, señorita. – Y hace una reverencia de cabeza. Vanessa le contesta con un movimiento de mano, está nerviosa. 
-No te asustes. Sí que parezco una bruja, lo sé, y lo soy. Pero no como las de los cuentos y las leyendas, no te preocupes. – Se da la vuelta y se dirige a los tres chicos que siguen revolcándose por el suelo. - ¡Venga! Ahora mismo a las jaulas, no podemos esperar más. 
Ellos obedecen, y entones Vanessa se percata de las jaulas colosales y brillantes de su derecha, rodeadas por un círculo blanco en el suelo. Se dirigen corriendo y veloces hasta ellas y entran de un salto, cerrando las puertas a través de los ásperos barrotes. 
Después Amber va a la primera jaula, y hace un gesto a Vanessa para que se acerque.
-Ten cuidado de no romper el círculo. – Avisa. Vanessa obedece y se coloca a su lado. – Toma, sujeta esta cadena y rodea el candado, después pásalo por los barrotes dando muchas vueltas. Asegúrate de que no se rompa. 
Vanessa se percata de que es de plata, y los barrotes de la jaula también. Ahora lo entiende. Entonces mira al chico que hay dentro de la jaula. Es joven, un poco más mayor que ella. 
-¿Eres un hombre lobo? Te recuerdo de la posada. – Lo dice en inglés, ahora ya entiende y puede articular más fácilmente las frases. El chico sonríe.
-Soy Liam. Y tú Vanessa, encantado. – Vanessa le devuelve la sonrisa. 
Cuando termina con esa jaula, ayuda a Amber con la siguiente. 
-Y yo soy Wilder el Cazador. – El chico parecía muy satisfecho consigo mismo y se acercó cuanto pudo a la joven. – No pensé que serías tan guapa. – Un golpe en la cabeza interrumpe su mal intento de cortejo. 
-Mantén tu lengua tras los dientes Wild, es una chica de la nobleza. Ni se te ocurra volver a intentarlo. – Las palabras de Amber son afiladas y en seguida hacen callar al muchacho más joven de los cuatro adolescentes allí reunidos. 
Por último, la jaula de Hassel. 
-Amber, ¿podrás acompañar a Vanessa al castillo cuando terminéis? Tiene una brújula pésima en la cabeza, no llegaría ni al pueblo. 

Amber accedió. Y una vez terminados los preparativos, cumplió su palabra. Durante el camino, consiguió Vanessa las aclaraciones que quería. 

-¿Por dónde quieres que empiece? 
-Por el principio, quiero saberlo ya que voy a vivir aquí. – Amber era una persona dulce tras ese rostro impasible y duro. 
-Vale, pero no me interrumpas. – Se aclara la garganta. - Veamos, sabrás que hace ya varios siglos que se queman en la hoguera a las brujas seguidoras del diablo. Bueno, pues hace más o menos doscientos años, una de ellas se reveló contra los humanos en este pueblo. La acorralaron y acabó en una cruz como todas las demás. Pero, durante la quema, se dice que maldijo a aquellos que la sentenciaron a muerte. La maldición era la licantropía. – Hace una pausa. – Tras varios años, los atormentados ciudadanos consiguieron asesinar a aquellos que incubaban la maldición, aunque se llevó también a vidas inocentes de por medio. Lo que ellos no sabían, es que la licantropía es hereditaria. – Vanessa intenta formular una pregunta, pero Amber se adelanta. – Y no, si te hacen una herida no te envenenas y te conviertes en uno, tranquila. Estás a salvo. – Ríe mientras responde. – No sé cómo, la maldición ha renacido hace unos veinte años más o menos. Y la sufren Wild, Liam y Hassel. Para que no los asesinen yo me encargo de protegerlos y enseñarles a controlar ese instinto asesino que los invade. Los encierro todas las noches de luna llena en esas jaulas en mitad del bosque; desde los últimos años. No había habido ninguna muerte desde hace mucho tiempo, pero desde que llegaste tú y tu familia, ha cambiado. – Vanessa agacha la cabeza, sintiendo la culpabilidad. – No te preocupes, no ha sido culpa tuya. Tan sólo tu olor es el peligro, por lo que me contó Hassel, es una droga para él. – Después hay un silencio incómodo. 
-¿Siempre es así? – Pregunta Vanessa con curiosidad.
-No, pero se le hace difícil estar contigo. Aunque no esté en su forma de hombre lobo y la plata no pueda herirle, sus instintos y sentidos no se disipan del todo. – Vanessa asiente, aunque eso no la consuela. 
Amber se detiene y la abraza con fuerza.
-Tranquila, no es tu culpa lo que pasó la otra noche. Y esos tres imbéciles te caerán bien, pero ten cuidado con Wild, tiene la lengua demasiado larga y no sabe no callar.
Al cabo de unos minutos, Vanessa se decide a preguntar.
-Amber, ¿eres realmente una bruja?
Esta se echó a reír, no puede evitarlo. 
-No como las conoces. Lo soy, pero prefiero definirme como una curandera. Vivo en el pueblo como todos los demás, y las gentes que no creen en esos cuentos vienen a mí a que cure sus heridas. Aun así, mejor no menciones mucho mi nombre con ese sentido, ¿de acuerdo?. – La joven accede. – Muy bien, eres muy atractiva, ¿sabes? Tienes la delicadeza de una mariposa vanessa, seguro que por eso te pusieron ese nombre. Ahora, aprende a utilizar tu inteligencia de la misma forma que tu hermosura.
 
 
Chapter 9


De nuevo, un mes desapareció y otro ocupó su lugar. Agosto alcanzó las tierras inglesas de Yorkshire. Gracias a Amber, la adaptación de Vanessa fue más fácil y fluida. Pasó largos rastos con ella y con Hassel, dando clases de naturaleza a ambos y dedicando agradables explicaciones a los muchachos. También, sin darse cuenta la pareja, los ayudó a mejorar su relación. Formando al final, una unión de uña y carne que costaría romper. Sin magia, por supuesto. 

-Vanessa, salgamos a dar una vuelta. – La joven está distraída con un libro en una silla del salón.
-¿Por qué? – No le escucha apenas, el libro la envuelve con misterio. 
-Hazme caso. ¡Vamos! – La recoge muy ágil y la coloca en el suelo, todo en un segundo. Discuten de una manera muy cómica para que la chica consiga soltar el libro. Tras un largo rato, salen juntos por la puerta hasta llegar al pueblo, cuyo ambiente es mucho más animado y asfixiante que de costumbre.
-¿Qué ocurre? – Vanessa no para de mirar a los desconocidos transeúntes que por allí van. 
-¡Bienvenida a la Feria de Scarborough! – Es la primera vez que lo ve sonreír de verdad. – Hoy es día quince, y el pueblo celebra una gran fiesta. Venga, acompáñame. – Sin darle tiempo a responder, tira de ella entre los ciudadanos hasta alcanzar un pequeño valle con varias tiendas y puestos. 
-¡Amber! – Grita Hassel. Creando así la curiosidad por parte de la anciana. Esta se vuelve y abraza a los jóvenes, besando las mejillas de ambos, incitándoles a bailar. 
Justo tras esas palabras, una fila de bailarines se despliega y sin saber cómo, los más jóvenes y recatados de la ciudad, nobles y plebeyos, acaban disfrutando del baile, de la música y de las festividades.
Mientras todo el mundo está disfrutando de la tarde, se hace el silencio en un instante. Sin excepciones, la gente gira sobre sí buscando la música que no colorea el ambiente. Pero a respuesta de las súplicas, aparece la melodiosa voz de un viejo volín. Vanessa se gira hacia el lugar adecuado, fascinada por el sonido y el arte para tocar de la joven. A su lado, aparece otra muchacha muy parecida a la anterior, con el mismo pelo rubio y liso y esos ojos marinos, con la diferencia de que el instrumento esta vez es un laúd. 
El público mantiene el silencio del principio, rompiéndolo sólo para aplaudir a las artistas. Y, al final, empieza a entonar su voz una tercera chica, tan hermosa como sus dos compañeras. 
La dulce canción alegra a todas las almas allí encontradas, creando la diversión de la multitud y el baile. 
-¿Qué dice la canción? – Pregunta Vanessa con los ojos iluminados con estrellas. Hassel se acerca a su oído.
-Habla de una ruptura. El narrador invita al oyente a que vaya a la Feria de Scarborough. Allí dice que encontrará a la que una vez fue su amor verdadero, y que la rete a hacer pruebas imposibles si quiere recuperar el amor de su hombre. – Se detiene para escuchar el estribillo. – Esas palabras corresponden a "perejil, salvia, romero y tomillo". Antaño decían que servían para crear una pócima de amor y lujuria. Pero no creo que funcione con el hombre que narra la historia, parece bastante dolido.
Tras la explicación Vanessa comienza a bailar y a dejarse llevar por las notas de la canción. Mira de reojo a Hassel y se acerca con cuidado de no caerse. 
-¿A ti y a mí nos ocurrirá lo mismo? – Hassel se ríe ante el atrevimiento de su dueña. 
-Espero que no.


Are you going to Scarborough Fair?        

Parsley, sage, rosemary and thyme. 

Remember me to one who lives there

For she once was a true love of mine…



 

¿El fin justifica los medios?

Aquí va una historia que intenté hacer tras una idea filosófica que no tenía muy clara dependiendo del ejemplo. A ver qué tal =3


Chapter 1


RUTZ

Viernes 12 de Octubre, 2082

Nuestro mundo está podrido. Ahora mismo seguro que alguien está siendo atracado, un asesino va a salir de la cárcel, un bebé acaba de ser abandonado en un basurero, un ciudadano asesinado, una chica será violada en breves… si no lo ha sido ya. Todas estas personas, en este momento, están sufriendo todo lo que acabo de escribir, y no sigo nombrando más acciones por miedo a que se forme una mirada de pavor en tu rostro, y en el mío.

Mis padres me dicen que hace no muchos años, había igualdad entre las personas. Tal vez clases sociales muy diferentes, pero no la situación que se está viviendo en el presente. Desde que los altos cargos del Gobierno decidieron que conseguirían todo el poder, esta ciudad y muchas más, de todas las naciones importantes, han sido aniquiladas.
Los políticos se volvieron ambiciosos, no de la opinión y la aceptación de su pueblo, sino de dinero y mandato. No podían conseguirlo por sí solos, claro que no, no les íbamos a dejar que nos doblegaran tan fácilmente. Por ello, se ayudaron de lo que podríamos llamar, mafias, gente peligrosa, demasiado. Hicieron un trato, los gobernantes no les pondrían límites si cooperaban con ellos, si conseguían poner al pueblo de rodillas y con un bozal para ahogar sus gritos de rabia y odio hacia el sistema. Y, en menos tiempo del que nos imaginábamos, lo consiguieron.

Ahora no puedes confiar en nadie más que en ti mismo y en tu familia, no de todos tus amigos, ya que no sabes a dónde pertenecen. Si estás en peligro que ni se te pase por la cabeza pedir auxilio a un agente de la ley, no te ayudará, ya que la ley que el impone no es la que tú deseas. Si eres una mujer seguramente te ayude para que le des las gracias, y así luego tenga un motivo por el que tengas que devolverle el favor, una manera que seguro que no te va a gustar. Si eres un varón, teme por tu vida.

Nos encontramos sin saber qué hacer, no nos atrevemos a llevarles la contraria por miedo a perder nuestra vida o de aquellos importantes para nosotros. Los agentes ahora son corruptos, puede que no todos, pero sí la muy mayoría. Los políticos no escuchan nuestras súplicas porque tienen todo lo que desean, y las mafias, al tener ya vía libre, son los dioses de este mundo. Ni siquiera a los más altos cargos de las naciones se les ocurre llevarles la contraria.

Mas, puede que haya algo que SÍ que podemos hacer. No estoy muy segura, ya que los medios de comunicación están sobornados, pero he oído hablar de grupos "terroristas", anarquistas de la sociedad actual. Aunque todos por dentro lo seamos, sólo ellos se atreven a dejarse oír.
Si todo esto es cierto, uno se encuentra en mi ciudad. Y sé que quiero unirme a ellos, pero no sé cómo localizarlos. No tienen nombres, no dejan huellas, no tienen identidad. El único dato que tengo es el nombre de OCuST.
Está decidido, tendré que hacerlo con prudencia, pero voy a busca…

-¿Qué estás escribiendo?... - Salté de la silla y cerré el diario lo más rápido que pude, esperando que no llevara mucho tiempo detrás de mí.
-¡Nada! Una historia. – Respondí deprisa, sin pensar.
-¿Una historia? Y… ¿de qué trata? – Ya sabía que le estaba mintiendo, se le notaba en la expresión, pero me siguió el juego.
-Pueees… de una chica, queee… su espíritu se transforma en un gato, y ese gato… le sigue… a todas partes. – Se me notaba el plumero demasiado, y Eric me dijo con la mirada que le contara la verdad. – Vale, estaba escribiendo sobre la política.
-Déjame verlo. – Entonces se le iluminaron los ojos e hizo un amago de alcanzar el diario rojo del escritorio. Yo me levanté corriendo y cogí el cuaderno, colocándolo a mi espalda.
-Creo que va a ser que no. – No quería que supiera lo que tenía pensado hacer, no le gustaría nada si averiguaba que quería unirme a una organización terrorista.
-Rutz, vamos. Sólo tengo curiosidad. – Intentó cogerlo de nuevo, pero yo fui más rápida, pero también más torpe. Y caí sobre la cama, dejando soltar el diario. Típico en mí… Él comenzó a reírse por la escenita tan ridícula que le había montado y recogió el cuaderno del suelo.
-Por favor, no lo leas todavía. Espera a que lo termine al menos. – Tenía que inventarme cualquier excusa. Eric se lo pensó durante unos segundos y acabó diciéndome que sí con la cabeza mientras me ayudaba a levantarme. Me devolvió el cuaderno, y yo lo tiré encima de las sábanas para poder darle un abrazo sin ninguna molestia en las manos.
-Venga, corre que ya es de noche. Falta sólo media hora para el toque de queda y aun tengo que llevarte a casa. – Aclaró. Comenzó a empujarme hacia la entrada para que me calzara y recogiera las cosas. Fui rápida  y en unos segundos traspasamos la puerta de su apartamento.
 
 
Chapter 2
 
 
ERIC

Regresé a casa poco después de que se hubiera dado el toque de queda. Me crucé con un grupo no muy numeroso de agentes por las calles. Pero no me costó gran esfuerzo esquivarles, no estaban muy atentos a su turno de guardia.
           Entré a la habitación y un cuaderno rojo abierto encima de la cama captó mi atención. Lo reconocí al instante. Me tumbé sobre la manta oscura y abrí el diario empezando por la primera página.
"Lunes 9 de Febrero, 2082"
Vaya, admito que esperaba encontrarme un título así como "¡No lo mires!" o, tal vez "¡Acaba de caer sobre ti una maldición!... ¡Ja!" Pero no, simplemente una fecha. Pasé las páginas hasta la última que había escrita, no iba a leerla. Mas, una palabra al final del todo me sorprendió demasiado… "OCuST". No pude evitarlo y comencé a leer el escrito desde el principio.
Estuve absorto un buen rato, tragándome las palabras que Rutz había escrito en aquellas hojas. No niego que estaba de acuerdo con su opinión, como muchas personas civiles. Pero… lo último que nombraba…
Tiré el cuaderno al suelo con fuerza y me oculté el rostro con las manos para poder pensar con tranquilidad. Pasaron los minutos y aun no creía lo que había podido leer momentos antes. OCuST… ¿De verdad quería unirse a esa banda? No niego que ya era bastante mayor para aprender a cuidarse sola, y que podía tomar sus propias decisiones. Pero… aun así…
Sé que era su deseo, ella realmente quería unirse a esa organización. Tenía miedo, pero, ella quería hacerlo.
Me erguí de nuevo y alcancé el teléfono móvil que había en la mesa. Pulsé el número 9 y me acerqué el móvil al oído. Sonaron dos tonos como mucho y alguien al otro lado de la línea descolgó.
-Ya tenemos seis. – Anunciaron mis labios, mientras me preguntaba por dentro una y mil veces si estaba actuando de la forma correcta.
 
 
Chapter 3


RUTZ


La mañana se despertó despejada y con un sol fuerte. Me levanté de la cama, activa recordando que era sábado y en seguida salí de mi dormitorio para bajar las escaleras y desayunar con calma. Me preparé mi típico bol de cereales y un par de tostadas, admirando con los ojos la comida que me esperaba.
-¡Adoro los sábados! – Pensé en voz alta con demasiada alegría. Entonces oí la puerta principal abrirse y pocos segundos después cerrarse. Me asomé con curiosidad desde la cocina, aunque ya supiera que era mi madre.
-¡Hola mamá! – Saludé mientras me sentaba en la mesa para empezar mi desayuno diario.
-Hola, Rutz. - Se acercó a donde me encontraba y me besó la frente. Parecía cansada, seguro que llevaba trabajando toda la noche.
-¿Qué tal te ha ido en el trabajo?
-Hija, estoy rendida. El hospital me agota cuando me seleccionan para el turno de noche. Creo que me acostaré un rato, pero me levantaré antes de comer para ayudarte.
Se dirigió escaleras arriba y entonces me acordé. Salí corriendo aun con comida en la boca para alcanzarla.
-¡Mamá! Se me había olvidado decírtelo. Esta tarde empiezo el curso de auxiliar de enfermería. – Hice una pausa para poder tragar y continué. – Así que me iré hoy pronto de casa. En cuanto terminemos de comer.
Mi madre asintió con la cabeza mientras me sonreía y terminó su recorrido hacia su cuarto.

La tarde se hizo corta, y el curso fue un poco aburrido la verdad. El monitor nos dio una charla breve a los jóvenes que habíamos acudido. Después nos dejó hablar entre nosotros.
En ese rato me junté con los demás y conocí a bastante gente. A las siete ya había anochecido, y unos minutos más tarde salimos todos del Centro de Educación.
            Unas chicas del curso me invitaron a dar una vuelta con ellas y yo acepté encantada, con la condición de que antes de las diez de la noche volvería a mi casa, para que el toque de queda de las once no me cogiera yendo sola por la ciudad.
            No llevábamos andando más de cinco minutos cuando una de ellas, mayor que yo, de rasgos firmes y un cabello rubio y rizado, nos avisó en voz baja:
-Ey, chicas. No miréis hacia atrás, pero creo que unos hombres nos están siguiendo.
Aunque nos dijo que no girásemos para comprobarlo, un par de nosotras sí que lo hicieron.
Intenté calmarlas diciéndoles que eran imaginaciones suyas y continuamos unos metros más. Si nosotras girábamos una esquina, ellos la giraban. Si cruzábamos una calle, ellos nos imitaban. Admito que yo comencé a asustarme, al igual que las chicas. Y se me ocurrió una idea para ahuyentarles. Me coloqué en el grupo de forma que no pudieran verme aquellos desconocidos y les susurré un plan.
-Vayamos al portal nº23 y finjamos que yo vivo allí. Con buena suerte, ellos creerán que es mi casa, no tendrán valor como para entrar sin saber si hay adultos. – No recibí respuesta, bien por su parte. Si hubieran hecho algún movimiento se habría notado demasiado que era una acción falsa.
De ese modo, llegamos al portal y me acerqué a la puerta con paso desafiante. Atrapé el pomo de la puerta y tiré de ella por inercia, con gran asombro me quedé al ver como la puerta se abría. Una excepción en la seguridad de ese tiempo, pero que nos vino muy bien.  Y entramos lo más rápido que pudimos.
-Ya está, no ha pasado na… - Un hombre entró antes de que la puerta llegará a cerrarse. Y detrás de él aparecieron seis más,  cada uno inmovilizó a una de nosotras.
           Empezamos a gritar y a pedir auxilio, esperando que algún vecino saliera de su perfecto hogar para socorrernos, mas no fue así. Tal vez no había nadie, o no se atrevían a jugarse la vida por unas niñas. Nos sacaron a la fuerza del portal entre un mar de gritos y patadas por nuestra parte para liberarnos, no lo conseguimos. Oteé la calle, queriendo encontrar a alguien, pero no había nadie que pudiera ayudarnos. Una furgoneta gris apareció por la carretera, uno de los secuestradores abrió la puerta trasera y nos obligaron a entrar en ella por medio de empujones.
Las chicas comenzaron a llorar, yo no podía, estaba paralizada y demasiado asustada como para pensar o tan sólo llorar.
En cuestión de poco tiempo la furgoneta se detuvo, el conductor, alguien robusto y con el pelo largo bajó del vehículo y abrió la misma puerta por la que habíamos entrado. Nos arrastraron por la calle hasta la entrada de un edificio viejo que tenía la puerta abierta. Yo iba la antepenúltima en la fila y me negué a continuar. El hombre que me cargaba optó por recogerme para que no pudiera tocar el suelo y le fuera más fácil transportarme. Bajamos unas escaleras, traspasamos una puerta de acero y llegamos a una sala bastante grande, con comunicaciones en sus extremos con otras habitaciones, igual de inmensas imaginé.
-Llevaros a cada chica a su habitación. – Ordenó el conductor de la furgoneta. Las cinco chicas además de mí comenzaron a gritar histéricas, daban patadas al aire, lloraban, pegaban puñetazos. Les costó bastante conseguir separarlas, pero al final cada una desapareció por una de las comunicaciones. Mientras tanto, yo conseguí escaquearme del armario que me retenía con una patada en la entrepierna. Empecé a correr de vuelta a la salida y abrí la puerta por la que había entrado. Intenté subir las escaleras y noté el roce de una mano con mi pierna. Esa mano me tiró al suelo y me recogió, devolviéndome a la sala anterior.
-A esta aplicadle el suero, sino no conseguiréis que esté quieta. – Intenté girarme al reconocer la voz, pero el hombre que me agarraba me tiró al suelo, dejándome boca arriba mientras conseguía inmovilizarme. Otro de ellos se acercó con una aguja con algo en su interior. Sin saber lo que contenía ese chisme, comencé a gritar lo más fuerte que pude, dejando que las lágrimas que antes no había permitido salir, conocieran ahora la luz artificial que había encima de mi cabeza. Seguí gritando y revolviéndome con los ojos cerrados esperando el pinchazo, pero antes de eso, unas manos apretaron mi boca, prohibiéndome gritar, y la luz de repente desapareció. Abrí los ojos entornados en lágrimas por curiosidad, y en frente de mí, vi entre imágenes borrosas el rostro de Eric.
A mi cuerpo le dio una sacudida y empecé a cerrar los ojos y a abrirlos una, y otra, y otra, y otra vez. Esperando que el rostro del secuestrador no fuera ese. Pero fue en vano. Cada vez, Eric hacía más presión contra mi boca para impedir mejor que los aullidos resbalaran por su mano. Su expresión no recibía ningún cambio, se mantenía tensa.
Al fin, noté el fuerte ardor de la aguja en mi brazo. Las fuerzas comenzaron a abandonarme, hasta el punto de no poder controlar mi cuerpo. La presión externa que recibía en mis brazos y en mis labios desistió, permitiendo que entrara en un corto sueño, infligido contra de mi voluntad.
 
 
Chapter 4


ERIC


Dejé de hacer presión en sus labios al notar que no oponía resistencia alguna a mi fuerza. Rutz mantenía los ojos cerrados, eso quería decir que el suero había hecho efecto. Mis compañeros se levantaron del suelo, pero yo me quedé a su lado, contemplándola con angustia, no veía bueno lo que estaba haciendo, pero no había otra manera.
Los tres chicos que había a mi lado me miraron de reojo. 9 se acercó a donde me encontraba en el suelo y me puso una mano en el hombro.
-Oye, 6. Me parece que no deberías… - Comenzó a decir, pero le corté quitando su mano de mi cuerpo. Recogí a Rutz, dormida, y me erguí con su peso en mis brazos.
-La llevaré a su habitación. Siguiendo el plan. – Expliqué a 9 y a los otros dos soldados. Pero el mensaje iba en dirección a 9.
Salí por una de las siete comunicaciones que tenía la sala y traspasé el pasillo hasta la habitación que designamos para Rutz. Su cabeza se apoyaba en mi sudadera y mientras caminaba la observaba detenidamente. No paraba de fruncir el ceño y le daban pequeñas convulsiones en los brazos. Tenía una pesadilla seguramente.
En la pared del pasillo capté un cristal. Lo pasé de largo y me paré delante de la puerta. Utilicé la llave y la abrí para entrar en la pequeña habitación deshabitada. Sólo la hacía menos fría una mesilla al lado de una cama pegada contra la pared. Diseñado para que la persona que estuviera allí siempre se colocara en la cama al ser el lugar más cómodo de la estancia, y así poder vigilarla desde el cristal. Me acerqué a ese punto y con mucho cuidado, apoyé a la Rutz soñadora de ese momento. Sabiendo que estaba contemplando en esas falsas imágenes de su mente la hora anterior. Me quedé sentado en la cama, a su lado, sin poder parar ni un momento de darle vueltas al asunto. Aun podía echarme atrás, borrarle la memoria de las últimas veinticuatro horas y hacer que despertara en mi apartamento, conmigo a su lado. Ambos felices, como antes. Realmente quería hacer eso, pero sería la forma fácil de hacerle daño. Igualmente saldría dañada, ya que acabaría separándome de ella llegada la fecha del atentado. Pero, si conseguía superar la prueba de esa noche, por lo menos sabría defenderse y yo estaría más tranquilo si llegásemos a fallar en nuestra misión. Sabía que lo iba a pasar mal pero… pero aun no había acabado de decidirme.
Un sonido proveniente de la puerta me devolvió a la realidad. Era 7, me había traído la cena de Rutz. Le eché una pequeña mirada, aun dormida. Y me levanté para recoger la bandeja y dejarla en la mesilla.
No le dije nada a 7, no estaba de humor. Él entendió lo que quería decir mi expresión y dio media vuelta para salir de la habitación. Pero se paró antes de cruzar la puerta.
-Oye, sé que no quieres hablar del tema. Pero entiéndelo 6, me preocupo por ti. – Creo que esperaba una respuesta por mi parte, pero me mantuve callado mirándole. - ¿Estás seguro de que de esta forma vas a protegerla?
Pensé la pregunta detenidamente, la misma pregunta que me llevaba cuestionando desde que leí su diario. – No lo sé 7. Pero, si ninguna de las personas a las que hemos entrenado en todo este tiempo ha salido herida, no tengo nada que perder. O llegará la mañana y se despertará en su casa, pensando que ha tenido una pesadilla de la que no recuerda nada. O llegará la mañana y tendrá unos conocimientos de supervivencia que le harán falta por si llegan a averiguar quiénes somos.
-Ya, estoy de acuerdo. Pero, ¿tú estarás satisfecho con lo que le estás haciendo? – Sus ojos demostraban que realmente se sentía preocupado por mí, se lo agradecía de verdad. Pero ni yo mismo quería saber la respuesta a esa pregunta.
Me acerqué a él y le di un pequeño golpe amistoso en el brazo, él me lo devolvió asintiendo con la cabeza y salió de la habitación, sin echar una mirada curiosa por el cristal. Eso es lo que me gustaba de 7, no se inmiscuía en asuntos ajenos. Oí un gemido a mi espalda y giré asustado. Respiré hondo y se me dibujó una sonrisa de risa en la cara, seguía soñando. Volví a sentarme a su lado y cuando notó mi presencia, giró sobre sí y me rodeó la cintura con sus brazos, manteniéndome a su lado aunque estuviera dormida. Yo le acaricié con suavidad su pelo escarlata.
Entonces miré mi reloj de muñeca, las 20:46. Aun faltaba una hora para que el suero terminara de hacer efecto, tan sólo me quedaba una hora para disfrutar de su compañía sin que ella me rehuyera.
 
 
Chapter 5


RUTZ


Estaba mareada, no podía abrir los ojos por mucho que lo intentara, los párpados se cerraban solos. Notaba peso sobre los brazos, palpé la superficie que me oprimía dándome cuenta de que era suave. Al fin hallé una esquina y con la poca fuerza que tenía lo aparté. Me di cuenta de que mi cabeza estaba apoyada sobre una almohada, y giré poco a poco para alcanzar el suelo. Cuando mis botas llegaron a tocarlo, intenté erguirme para sentarme sobre la cama. Y entonces empecé a abrir los ojos. Al principio sólo eran manchas difuminadas y sombras, después capté la forma de una mesilla y las paredes de una habitación.
Caí en que llevaba puestos los vaqueros rotos del día anterior, también la camiseta negra y la sudadera ceñida. Mantenía recuerdos vagos en mi mente: los deberes de por la mañana, el curso de enfermería, la vuelta con las chic… El pánico me inundó en ese momento. Apareció ante mí la visión de la aguja y las manos de Eric presionando mi boca. Dirigí la mano por inercia a mi bolsillo izquierdo, donde siempre llevaba el móvil, pero no lo encontré allí.
Estaba asustada, cerré los ojos y una lágrima cruzó mi mejilla, seguida de otra, y así hasta que perdí la cuenta. Me mantuve sentada en la cama, intentando averiguar la razón de todo esto, mas no la encontraba. Levanté mi peso de la cama y caminé hacia el centro de la habitación, el mareo aun no había desaparecido, pero lo ignoré. Lo ignoré, pero él a mí no, e hizo que cayera al suelo y todo a mi alrededor diera vueltas. Miré en dirección a la puerta, seguro que estaba cerrada. No iban a ser tan imbéciles aquellos hombres, así que para qué intentarlo. Cambié de perspectiva y repté unos centímetros hasta que noté la pared con mi mano, junté mi espalda con la fría superficie y descansé la cabeza, esperando que el mareo desapareciera pronto. Tenía que salir de allí.
El dolor y desconcierto comenzaron a disiparse, justo cuando el ruido de una puerta abriéndose hizo que me estremeciera. Un varón cruzó dentro de mi habitación personal, aquel varón era Eric. No se detuvo al verme con la mirada fijamente clavada en la suya, deseando que mis ojos aparentaran serenidad. Entró y cerró la puerta tras de sí, no paraba de vigilarme mientras cruzaba el espacio que le separaba de la cama y se acercó a la mesilla.
-¿No has comido nada? – No contesté. La verdad, no entendía a qué se refería. No me moví de donde estaba, y me mantuve callada, deseando que me diera alguna explicación sin yo tener que preguntar.
Se acercó a mí, sabía que esperaba a que hiciera algún gesto, pero yo ni le miré, tenía miedo. Seguí con la cabeza agachada hacia el suelo, él se inclinó y noté su voz cerca de mi cabeza.
-Aun tienes cinco minutos para poder comer algo. – Seguí sin dirigirle la mirada. No tenía apetito, lo único que quería era salir de allí. También obtener respuestas, pero me daba miedo averiguarlas. - ¡Ah! Casi se me olvida. – Sacó un teléfono móvil de su bolsillo y me lo lanzó, conseguí cogerlo antes de que cayera al suelo. – Llama a tu madre, dile que te quedarás a dormir en casa de alguna amiga. Ni intentes darle alguna pista de tu situación, te lo advierto.
Le obedecí sin pensármelo, marqué el número de mi madre y su voz volvió a interrumpir el silencio.
-Ponlo en modo altavoz. – Apreté el botón adecuado a su orden y esperé a que mi madre descolgara.
-¿Diga?
-Mamá, soy yo.
-¡Ah! Hola, Rutz. ¿Qué tal ha ido el curso? – Su tono era animado, debía estar con sus compañeros de trabajo manteniendo una alegre charla. Casi me eché a llorar al oírla, cogí fuerzas para mantenerme tranquila y que mi excusa pareciese convincente.
-Hola. Bien, bien, ha estado bien. Oy…
-¿Desde dónde me llamas? Este número no es el tuyo. – No me esperaba esa pregunta, pero no tardé mucho en contestar.
-Es el móvil de una chica del curso, resulta que es una compañera de clase, no sabía que iba a asistir. – Hice una pausa y miré a Eric, me indicó que continuase. – Oye, mamá. Ya es muy tarde para volver a casa sola, y me da un poco de miedo la verdad. Ana me ha dicho que puedo quedarme en su casa esta noche.
-¿Ana?
-La dueña del móvil. – Esperé a que mi madre dijera algo, si no me daba permiso no sabía lo que pasaría.
-Bueno, la verdad es que las diez no es una hora para ir por ahí tú sola… Está bien, pero mañana te quiero en casa temprano. ¿De acuerdo?
-Sí, gracias mamá. – No conseguí parecer feliz por la noticia, la voz comenzaba a rompérseme.
-Pásalo bien Rutz, un beso. – Oí que se cerraba la conexión y antes de poder hacer nada, Eric me arrancó el aparato de la mano.
No quería llorar, no quería, no debía… pero no pude evitarlo. Agaché la cabeza y la escondí entre mis brazos y las rodillas. Oí un ruido y me imaginé que Eric se había sentado en la cama. Levanté levemente la mirada para comprobarlo. Me asusté cuando vi que sus ojos iban en mi dirección, era una visión fría de él, no parecía el mismo que días atrás. Cuál de los dos Eric era el verdadero; mi novio, el chico que venía a buscarme a casa todas las mañanas. O este joven que se encontraba delante de mí y sus ojos me advertían que no intentara nada, o lo lamentaría de verdad.
 
 
Chapter 6


ERIC


No aguantaba más, tener a Rutz mirándome asustada entre lágrimas a apenas un par de metros de mí me destrozaba por dentro. Quería levantarme de mi puesto y abrazarla, disculparme por el dolor que podía ver que le estaba creando. Pero no, no podía ser así, por lo que le mantuve la mirada y disipé esos anhelados pensamientos de mi mente. Ella volvió a hundir el rostro entre las piernas y emitió pequeños sollozos de angustia, dejé de observarla a la fuerza para dirigir mi atención al reloj de mi muñeca. 22:02
Con gran decisión, me acerqué hasta ella y me detuve de pie, delante suyo, esperando a que levantara la cabeza, pero no lo hizo, siguió llorando. Respiré fuerte y le llamé la atención.
-Venga, levántate. Es hora de irnos. – Mi tono era frío con ella, pero debía de seguir mi papel, tenía que conseguir que me odiara.
-¿A dónde?... – Sus palabras me llegaron con dificultad por su tono ahogado. Fui a contestarle, pero al final no fue así. En vez de ello, la recogí de un brazo y la levanté ágilmente. Su reflejo fue separarse lo más rápido de mí y vigilar mis movimientos por si acaso. Su mirada me dolió más de lo que ella pensaba realmente, pero hice amagos de separarme de ella e ir hasta la puerta para abrirla. Volví a girarme y le di órdenes de acompañarme. Tuve que repetírselo hasta que, con duda se acercó hasta mí y cruzó el pasillo antes que yo. Cerré la puerta y le indiqué el camino.
Iba caminando a mi lado pero con distancia de por medio, ella intentaba quedarse atrás, pero yo le negaba ese privilegio sin llegar a tocarla. Con mucha tardanza, acabamos llegando a la sala principal del escondite. Miré a Rutz de reojo, sabiendo que estaba reproduciendo lo sucedido allí durante la tarde. Intentaba que no me diera cuenta de sus intenciones, seguro estaba de que había memorizado el camino desde el cuarto hasta esta sala para aprovecharse llegado el momento.
-Es por aquí. – Le indiqué. Y traspasamos hasta una sala continua a través de una de las siete comunicaciones. Allí estaban seis de mis compañeros y las cinco chicas. Bien, si no se habían escabullido, 7 y 8 estarían en el piso superior haciendo guardia.
Rutz se detuvo cuando vio a sus compañeras sentadas en el suelo y atadas por las muñecas, aterradas, y mudas por una cinta adhesiva que les impedía emitir sonidos.
Una de ellas, una joven muy parecida en rasgos a Rutz, pero con el pelo muy negro y rizado, a diferencia de su cabello liso y con un tono rojo brillante, emitió un sonido ahogado, delatando nuestra posición. 9, que estaba hablando con los cinco restantes, se giró de improvisto y se quedó observándonos, a mí y a Rutz.
-6 ya apareció. – Avisó a 8 por un micro que llevaba incrustado en el cuello de su camisa.
-¿6? – La voz de Rutz apenas fue escuchada, no entendía la situación todavía. Me giré y comprobé que estaba paralizada, nos separaban unos metros. Me dirigió una mirada interrogativa, por un momento vi la ausencia de miedo en ella, pero volvió cuando me acerqué hasta ella con andar desafiante. Intentó que no consiguiera agarrarla, pero falló. Y la conduje hasta el resto de las adolescentes. La obligué a sentarse, fijándome siempre en su forma de mirar las instalaciones, aunque olvidó pronto estos detalles y dedicó toda su atención a comprobar el estado de sus amigas, que no paraban de llorar, acosadas por el miedo.
Yo me quedé con los chicos, a 1 y 3 no les vi muy emocionados cuando yo me uní.
-Vigilad a las chicas un momento. 6, tú ven. – La llamada de 9 nos dispersó, y él me condujo hasta una distancia prudente del grupo.
-¿Por qué no la has amordazado? – Se le veía nervioso, aunque tenía motivos.
-No quería hacerlo, y no lo veía necesario. Apenas ha dicho dos palabras estando yo presente.
-Aun así, cíñete al plan. Ya ha comenzado dándonos muchos problemas. Accedimos todos a que ella podía ser entrenada, pero porque tú lo querías así. Nos la jugamos demasiado sabiendo que tenéis una relación emocional. – Hizo una pausa y continuó. – Vigílala.
Hizo intento de volver con el resto, pero le detuve segundos antes.
-Va a superar la prueba, sino no estaría haciendo esto.
-Ya lo sé, pero aun así debo avisarte. Lo que estás haciendo es arriesgado. – Y continuó.

Eran las 22:10, momento de comenzar. 5 comenzó, y cuando sus palabras empezaron a hacer eco por las paredes, las seis chicas le prestaron atención.
-Os vamos a soltar ahora, no intentéis escapar, somos siete y vosotras seis. Os ganamos en condición física por más que de sobra, estáis avisadas. – Su tono era de amenaza, y la verdad es que era un hombre robusto, era el que más imponía de todos nosotros. Después de esto, cada uno se acercó hasta la chica de la que se encargaba, les quitaron las cuerdas y la cinta adhesiva. Alguna intentó levantarse y escapar, pero como seguramente no habían comido nada de las frutas que se les entregó, estaban muy débiles y no les sirvió de mucho.
9, mientras se vendaba los nudillos, dio unos pasos hacia atrás. Después llamó la atención de las secuestradas.
-Tú, Nikky. Ven aquí. – La chica que respondía a este nombre se quedó inmóvil, estaba atónita y no se atrevía a hacer ningún movimiento. 5, su encargado, la levantó a la fuerza y la empujó hacia 9. Nikky se colocó delante suyo y de espaldas a sus amigas.
-Colócate en posición. – Dicho esto, 9 siguió su propia orden y obtuvo una postura de defensa. La chica no entendía nada, y con gestos dudosos e intermitentes, le imitó. Aun no había conseguido la postura para protegerse cuando 9 le disparó una patada hacia el costado. Un aullido de dolor escapó de la garganta de Nikky mientras se inclinaba, sujetándose con fuerza el abdomen. Sus rodillas llegaron a tocar el suelo en poco tiempo.
Mi compañero le ordenó que se levantara, ella no paraba de llorar y gritar de dolor. Se lo volvió a repetir con un tono más alto, y cuando la chica hizo amagos de levantarse, 9 se agachó, rápidamente giró sobre sí mismo con una pierna extendida para que chocara con la de Nikky, haciendo que volviera al nivel del suelo, pero de una forma más brusca que la anterior.
Aun no me había acostumbrando a esta primera fase. 5 reaccionó al ver que su secuestrada no conseguía levantarse del suelo, rodeó a las demás y recogió a Nikky en brazos. Ambos desaparecieron de la sala.
-Ahora Rutz. – Cuando oí su nombre se me heló la sangre, acordamos este orden, pero aun así no pude evitar que un escalofrío recorriera mi médula espinal. Rutz comenzó a gritar y a retroceder. 3 y 4, que estaban detrás de las chicas, le interrumpieron la huida y la empujaron hacia delante de una patada. Fui a reaccionar al ver su trato, pero 2 me dijo con la mirada que me quedara en mi sitio.
           Rutz gateó hasta colocarse en frente de 9. Se irguió, cobrando compostura.
-Ya sabes lo que tienes que hacer. – 9 adoptó la postura de defensa. Rutz desvió el rostro hacia mí, luego hacia 9 y negó con la cabeza.
-Colócate en formación. – Repitió 9 de forma amenazante. Pero ella volvió a negar de forma nerviosa, se le veía que intentaba retener las lágrimas.
9 descansó su cuerpo y dio un paso hacia ella, yo me adelanté y me coloqué en la espalda de ella. Entonces 9 se detuvo, me miró y regresó a su posición anterior, pero Rutz no se giró, mantuvo los ojos cerrados y postura rígida. Yo le di un pequeño toque de atención en su pie derecho, indicándole dónde debía colocarlo, después le recogí los brazos, poniendo resistencia por su parte, pero no demasiada. Cuando al fin conseguí que se mantuviera quieta me aparté, y dejé que continuaran. Ella volvió de nuevo el rostro para alcanzar mi movimiento, justo en ese momento su contrincante atacó, acertando con el puño izquierdo en su vientre. Rutz chilló y se retorció de dolor, las lágrimas ya aparecían en sus ojos, apretados por la tensión. Tardó un tiempo en recolocarse, pero no demasiado.
-Defiéndete. – Mas, ella volvió a negar asustada. Esta vez 9 no se contuvo y volvió a golpearle en el mismo punto. Rutz cayó al suelo, tumbada.
-Venga, levántate. – Elevó su pierna derecha por atrás para incitarla a levantarse, al ver que no resultó efectivo, le dio velocidad pero se detuvo en el último momento. Dejando que Rutz soltara un grito arrollador por la impresión y la tensión de la falsa patada.
9 se apartó de ella, quien se mantuvo tumbada en el suelo.
-Ya te la puedes llevar, 6. – Me deslicé hasta su lado, y esta vez no pude evitar sujetarla con delicadeza. No intentó apartarme, calló y me agarró del cuello para que me fuera más fácil moverme con su peso.
Di media vuelta y nos separamos del grupo, traspasamos la sala y tomé la comunicación que nos llevaba hasta su habitación. Ella no se atrevía a soltar mi cuello, hacía presión y escondía los ojos llorosos debajo de mi barbilla.
Sabía que ahora me tenía miedo, le aterraba no saber quién era yo, estaba muy seguro, pero creo que la confianza le pudo en ese momento. Aun así no solté palabra hasta que llegamos al destino. Abrí la puerta con la llave aun manteniéndola en brazos y me acerqué hasta la cama. Me incliné un poco para llegar a posarla sobre esta, pero Rutz no me soltaba.
-Por favor… - Susurró débilmente. Quería, ¡quería de verdad! Pero no podía permitírselo, tenía que odiarme con toda su alma.
La separé de mí haciendo fuerza en sus muñecas hasta que por auto reflejo las apartara de mí. Volví a la entrada y sin girarme le avisé.
-En media hora volveré a por ti. – Agarré el pomo y cerré la puerta. Me detuve en el cristal y la observé, había girado y colocado de cara a la pared, encogida. Le temblaban las piernas y los hombros, se sujetaba el abdomen con fuerza. Estaba llorando.
-Sé que eres lista, acércate a la puerta e inténtalo. – Susurré esas palabras para mí, confiado de sus actos, la conocía demasiado bien.
 
 
Chapter 7


RUTZ

No podía parar de llorar, tanto por el dolor físico como psicológico. No entendía nada, ¿quiénes eran esos hombres?, ¿quién era Eric?, ¿qué querían de nosotras? No encontraba respuestas.
Seguí desechando lágrimas hasta que me quedé sin ellas, rodé sobre mí y me quedé mirando al pasillo a través del cristal fijamente. ¿Seguía allí Eric? Despacio, me separé de la cama y anduve como pude hasta la pared. Me apoyé en el cristal y eché un rápido vistazo al pasillo. Nada.
Ya estaba harta. No podía más. Observé cada rincón de la habitación, intentando hallar alguna cámara. Me extrañó que no me tuvieran vigilada, pero así era. Eché cuentas, supuse que aun no había pasado la media hora desde que Eric se había ido. Quería que estuviera cerca, necesitaba llamar su atención, necesitaba que me explicara lo que ocurría. Y por ese pequeño instante, no tuve miedo.
Decidida, me acerqué a la puerta y grité, grité muy fuerte, cuanto pude.
-¡Sacadme de aquí!, ¡no sois nadie!, ¡cabrones! – No paraba de repetirlo una vez tras otra.
-¡Sois unos cabrones! ¡¿Me habéis oído?! ¡Unos cabrones! – A la vez que gritaba le di una fuerte patada a la puerta. Noté el eco del metal rozando con la cerradura y un sutil sonido. Entonces callé, me acerqué a la puerta y giré el pomo. La puerta estaba abierta.
Mis ojos se abrieron muchísimo, no lo podía creer. Cómo era posible que estuviera abierta, ya que estaba segura de que no tenía tanta fuerza como para romper el cerrojo de una sola patada… Eric, … ¿Podía ser que él la hubiera dejado abierta adrede?... No, era imposible. Él ya no era el Eric que yo conocía, me había secuestrado junto a aquellos tipos y aquí me tení… Pero… ¿Yo era imbécil o qué? Tenía la puerta abierta, podía escapar y recurrir a alguien, no podía estarme haciendo preguntas en ese momento. Así que asomé la cabeza por la puerta, el pasillo estaba deshabitado. Giré a la izquierda y recorrí el mismo pasillo de antes hasta llegar a la primera sala. Tampoco había nadie, mas no me fiaba. Intenté no hacer ruido hasta que aguardé al lado de la puerta por la que había entrado a este sitio aquella misma noche. Intenté abrirla, pero al contrario que la de mi habitación, esta sí que estaba cerrada.
Tuve que buscar otro camino, recordé que la otra sala no tenía más comunicaciones, así que opté por volver sobre mis pasos y tomar la otra dirección del pasillo. Y así lo hice, lo recorrí lo más rápido y sigilosa que podía en mi estado. Y justo al cruzar una esquina, me detuve de un susto y me mantuve en silencio, deseando que mi corazón no se oyera tan fuerte como yo lo sentía. Uno de los secuestradores estaba en el pasillo, delante de una puerta. Y nada más verle, otro salió de esa habitación.
-¿No ha querido comer? – Preguntó el primer hombre.
-No, pero es normal. Piensan que están secuestradas. Venga, vámonos con los demás. – Y desaparecieron por la dirección que yo tenía pensado utilizar.
No entendí esa conversación, ¿"piensan que están secuestradas"? Eso no tenía sentido. Estábamos secuestradas. Bueno, es igual, seguí a aquellos tipos hasta que les vi traspasar unas escaleras hasta un nivel superior. No estaba muy segura, pero las subí  después de ellos, sin hacer ruido. Cuando llegué arriba vi que detrás de mí entraron en otra sala, y antes de que cerraran la puerta pude captar la silueta de más personas allí dentro. Allí se reunían entonces. Desconfiaba, pero me acerqué a gatas hasta la puerta, quería escuchar lo que decían, ver si podía averiguar algo. Uní la cabeza con la puerta y escuché con gran atención.
-… nos la estamos jugand… es demasiad… - Mierda, no se podía oír muy bien. Pero lo seguí intentando.
- Cierto, tien… es arriesgado. – Fui captando mejor las palabras conforme transcurría la conversación. Había por lo menos ocho personas ahí dentro.
-…ebemos tom… decisión. – Esa era la voz del chico que había luchado contra mí. Le tenía miedo, me estremecí nada más recordar su puño arañándome.
Y la voz de Eric me distrajo.
-Ya es tard… llevarla. Tiene que… bar la prueba. - ¿Prueba?
-Nos vas a… líos. Muchos líos.
-Cállate, 1. – Eric parecía enfadado.
-No, call… tú, 6. 1 tiene raz…
Lo siguiente que pude apreciar fueron gritos y riñas, no lo entendía muy bien. Hasta que la voz del chico que había dado el discurso antes en la supuesta "prueba" rompió la disputa.
-¡Está bien!... demos intentarlo. … le una oportunidad. Sino… aun borr… su memoria. – Se mantuvo un silencio incómodo, no entendía mucho, pero en pocos segundos oí palabras de acuerdo por parte de muchas voces.
-Ya… eis iros. – La voz del luchador apareció de nuevo. Y al oír esas palabras corrí en dirección a las escaleras, ascendiendo otro nivel. Recibí el sonido de la puerta abrirse y unos pasos, me mantuve quieta, sin moverme, sin hacer ruido, sin respirar, con los ojos cerrados. Hasta que oí de nuevo la voz del chico del discurso.
-¿Habéis oído eso? – Entonces los pasos por las escaleras se detuvieron.
-¿El qué?
-Un ruido, no sé. – Silencio.
-Seguid caminando, yo ahora os alcanzaré. – Eric… ¡mierda! Algunos pasos siguieron su camino, otros solitarios regresaron hasta el principio de la escalera.
¡¡Mierda!! Entonces salí corriendo como nunca. Terminé de subir las escaleras y giré a la derecha sin saber por dónde estaba yendo. Corrí por un montón de pasillos a ciegas, recordaba el camino que estaba tomando: derecha, izquierda, derecha, primera puerta de la derecha, siguiente puerta, izquierda. Giré la siguiente esquina y traspasé una puerta. La cerré sin hacer ruido, esperando que no me hubiera oído. No veía nada, la habitación estaba a oscuras, pero no podía encender la luz, así que me mantuve callada tocando la puerta.
No noté ningún movimiento ni un solo sonido. Le había dado esquinazo. Di unos cuantos pasos siguiendo la línea de la pared, hasta que algo me empujó y caí al suelo. Después noté un peso encima de mí y unas manos que presionaron mis labios, impidiéndome gritar.
-Buen intento. – Era Eric. No podía verle, pero era él. Continué dándole patadas y golpeando, intentando en vano que se apartara de mí. - ¿Vas a parar? – Pero no lo hice, al menos no durante un rato. Él no se movió de donde estaba, esperó a que yo me rindiera. Y, al final me detuve. Eric se levantó y me cogió de la sudadera, levantándome como si fuera una simple manta. No me soltó y encendió la luz.
Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la luz, pero mientras me dirigía a la puerta por la que yo había entrado, comprobé que había otras dos puertas en la habitación, y si no había oído nada al entrar, Eric debió de esperarme allí. Por lo que sólo había un camino, ahora me faltaba averiguar a dónde llevaba. Tenía que conseguir volver a escaparme y tomar ese atajo. Si me daba otra oportunidad para ello claro.
No me resistí en el  camino de regreso, pero él no se atrevía a soltarme, me agarraba de la muñeca y hacía fuerza. Me dolía mucho, pero no me atrevía a quejarme. Llegamos al nivel de la escalera, y bajándola nos cruzamos con otro hombre. Era al que llamaban 9. Se detuvo cuando nos vio bajar, nos prohibió el paso y miró a Eric.
-¿Qué ha ocurrido?
-Se había escapado. – Admitió Eric. 9 me dedicó una mirada de sorpresa, luego se convirtió en ira. Se acercó a mí y me cogió por el cuello, haciéndome aun más daño que Eric, quien me soltó la muñeca y se apartó.
"No deberías de haberlo hecho." Esto es lo que me decían los ojos de 9.
 
 
Chapter 8


ERIC


9 no la soltaba. Ella se retorcía ante su agarre para intentar zafarse, pero él respondía haciendo más fuerza en su cuello. Rutz intentaba no llorar, aunque no lo conseguía del todo. Nos dirigimos hacia la sala de los combates. 9 tiró a Rutz al suelo de forma muy brusca, sin ella levantarse.
-Traed a vuestras chicas a la sala principal. – Les comunicó 9 a mis cinco compañeros y recibimos sus respuestas por los micros. En pocos minutos aparecieron todos acompañados de las adolescentes, esta vez no llevaban nada que les impidiera vocalizar, ni tampoco se encontraban atadas.
5 las mandó sentarse donde se encontraba Rutz, y cuando comprobaron que estaba llorando, corrieron para ver si le habíamos hecho algo malo. Pero la áspera voz de 9 cortó sus palabras.
-Bien, vais a recibir un pequeño castigo, chicas. Gracias a Rutz. – Esperó a ver si ellas le habían comprendido pero no fue así. - ¡Mónica! ¡Ven aquí!
Una chica de unos dieciocho años, pálida y con una melena corta y oscura se acercó a 9 con miedo. Ya sabía lo que le iba a ocurrir. Y recibió un puñetazo en la cara sin apenas darse cuenta. Su expresión era de dolor, pero volvió a levantarse, y otro puñetazo cruzó su rostro. Así hasta que acabó rendida en el suelo y 2 la hizo ponerse de pie para acompañarla a su habitación.
-¡Nikky! – Cuando la llamó 9, Nikky comenzó a llorar desconsoladamente, no podía parar. La chica estaba aterrorizada, pero 9 la obligó a apartarse de las demás. La cogió a la fuerza de la muñeca y comenzó la misma escena de antes.
Tanto 4, como los demás, miraban sin comprender a nuestro compañero. Estaba demasiado enfadado, y no sabían por qué, no debían de haberse enterado del intento de huir de Rutz.
Este castigo acabó pronto, y le siguieron otros tres, dejando a Rutz ver como sus amigas sufrían violentamente por su culpa. Seguía llorando, hasta que 9 le hizo señas de acercarse a él cuando se habían ido todos, dejándonos a ella, 9 y a mí solos en la sala.
Ella titubeó, pero adoptó rápidamente la posición de defensa y fue acercándose a mi compañero paso por paso. 9 no dudó y dirigió una patada a su cara; sorprendentemente ella la paró. Pero tras ese golpe sin apenas un respiro le siguió otro, y otro, y otro y así sucesivamente hasta que Rutz no pudo desprenderse de todos y le acabó alcanzando una lluvia de puñetazos y patadas.
Al final, ella estaba en el suelo intentando respirar. Había durado poco, pero había durado, que es lo que pretendía 9.
-Llévatela ya, 6. – Lo dijo con una sonrisa, me di cuenta de que empezaba a creer que podría conseguirlo.
Me acerqué a Rutz y esta vez no la recogí en brazos, sólo la ayudé a levantarse. No podía mantenerse en pie, se mareaba. Nos dirigimos con paso lento a su habitación, y por mitad camino aparecieron 7 y 8. Me saludaron y acompañaron hasta la habitación de Rutz.
Cuando llegamos me ayudaron a abrir la puerta para que no tuviera que soltarla y entré con ella en la estancia, esperándome 7 y 8 en el pasillo, observándonos desde el cristal. La acompañé hasta la cama y la dejé con delicadeza sobre ella. Di media vuelta y fui a la puerta, pero sus palabras me detuvieron a pocos metros.
-¿Por qué? – Su voz era débil, no me giré. No quería ver como apenas podía mantenerse en pie.
-Eric contéstame, ¿por qué me estás haciendo esto? – Seguí quieto en mi sitio sin responder, tan sólo giré para mirarla, era lo menos que se merecía por su esfuerzo.
-¡¿Qué cojones quieres  de mí?! ¡¿Por qué?! – Gritaba enfurecida y asustada, no pensé que tardaría tanto en hacerme estas preguntas.
-Yo te quiero, Eric. Entonces… - Sus ojos temblaban, también sus labios. Estaba a punto de desmayarse.
-Pero yo a ti no.
Después de mis palabras hubo silencio, ya había caído dormida. Me acerqué hasta su lado. Sí, se había desmayado. La recogí y recoloqué mejor en la cama. Su camiseta se levantó un poco, dejando al descubierto su vientre. La piel de la zona tenía magulladuras y pequeños moratones, también estaba enrojecida. Los oculté con la tela de la ropa, después la miré.
-Lo siento…
Me separé de su lado y salí de la habitación, dejando a Rutz sola en el silencio. 7 se acercó a mí.
-Tío, ¿estás bien? – Estaba muy preocupado, al igual que 8, quien me miraba detrás de 7.
-Sí, no te preocupes. – Mis palabras fueron secas y pronunciadas mientras cruzaba a su lado con la cabeza gacha.
Sí, le había dicho que estaba bien, pero una lágrima imperceptible estaba cruzando mi rostro en aquel momento. Una lágrima de culpa y empatía
 
 
Chapter 9


RUTZ


Me desperté de golpe, con una fuerte sensación de ahogo en mi garganta. Abrí los ojos a duras penas y vi como un hombre con una máscara blanca hacía presión, sumergiéndome entre el colchón de la cama. Su negro siniestro de la sudadera se entrelazaba con la piel de mi cuello conforme siguió apretando. No podía respirar.
Hice el amago de intentar apartarlo de mí, en vano. Comenzaba a marearme, ya casi no quedaba aire en mis pulmones. No podía moverme, las sábanas no me dejaban espacio, me colapsaban dentro de ellas; detalle que aquel extraño aprovechaba para acabar su trabajo.
Volví a intentarlo, conseguí liberar un poco el espacio que nos separaba, pero sus manos no conseguí separarlas de mi cuello. De repente algo cambio en él, la máscara comenzó a desaparecer inexplicablemente, pude captar rostro tras ella. Apareció una boca, también una nariz. Y una descarga de dolor me obligó a cerrar los ojos y a intentar controlar esa sensación extranjera. Ahora sí que estaba desesperada, ya no podía respirar, me moví histérica intentando conseguir el aire necesario para no morir, necesitaba una bocanada de oxígeno. Ya no aguantaba más, ya no aguantaba más y… por supervivencia abrí la boca cuanto pude, llenando mis vacíos pulmones cuanto pude. Respiré de forma escandalosa mientras comprobaba con exclamación como mi asesino se había apartado de mí. Me arrodillé en la cama intentando así coger mejor el aire, pero no le quitaba el ojo de encima, y él a mí tampoco. Volvía a llevar puesta la máscara, intacta. Se fue separando de mí paso a paso, andando hacia atrás. Hasta que a mitad de sala, flexionó las rodillas y descansó su cuerpo en una silla. Se acomodó y siguió fijando su atención en mí.
No entendí nada, pero por alguna extraña razón no le presté mucha atención, me encogí y escondí la cabeza entra los brazos, boca abajo, concentrándome sólo en mi respiración entrecortada.

Entonces volví a abrir los ojos, pestañeé hasta que la niebla desapareció, dejando paso a la luz artificial del techo. Estaba tumbada en la cama, de cara a la pared. Giré para colocarme boca arriba, extrañada. Había tenido una pesadilla.
-¿Ya despertaste?
Giré la cabeza, y me sorprendió encontrarme a Eric sentando en una silla, justo en mitad de la habitación, justo donde se había colocado el asesino de mi sueño.
          Me levanté dolorida, tenía todo el cuerpo entumecido, pero no me importó. El odio me corroía por dentro como nunca. Corrí con demasiada velocidad los apenas tres metros que nos separaban y me abalancé sobre él. Me rodeó la cintura a la vez que mis manos alcanzaron su cuello, la silla volcó y acabamos en el suelo. Yo encima suyo, con lágrimas de odio entornando mi vista, y él evaluando mi expresión sin ninguna emoción en su mirada, eran unos ojos vacíos. No me apartó, me dejó seguir apretando su cuello.
-¿Por qué no haces presión? – Su pregunta me cogió desprevenida, y sin querer, mis dedos siguieron su orden, haciendo toda la fuerza que podían sobre su carne. Eric no respiraba, se mantuvo rígido un minuto, o puede que más, dejando que mis lágrimas resbalaran por sus mejillas.
-Ya está bien. – Anunció con falta de voz. Separó los brazos de mi cadera y me agarró a la altura de los codos. Hizo un corto movimiento, obligándome por el dolor a soltarle enseguida, pero no me apartó de su pecho, me dejó ahí.
-Te odio…
-Lo sé. – Dijo con frialdad. – Y espero que siga siendo así.
No abrí la boca ante aquella respuesta, no la esperaba. Me temblaba el cuerpo de nuevo, de una forma incontrolable. Eric se incorporó, me levantó igual que a una pluma y me volvió a dejar en el suelo. Él abrió la puerta y desapareció, tomando el pasillo de mi huida.
Me quedé ahí, quieta como un árbol, viendo como le perdía de vista. Tenía miedo, no le encontraba sentido a esta situación. Eric me había engañado, había estado conmigo todo este tiempo para vigilarme, seguramente había hecho lo mismo que los demás secuestradores con las chicas: salir con ellas, ganarse su confianza para luego secuestrarlas y romperles el alma. ¿Para qué? No lo sé, puede que sea puro entretenimiento, al fin y al cabo, estábamos separadas del resto del mundo y nos hacían pelear para que ellos pudieran golpearnos. Pero, seguía sin tener sentido, era ridículo.
Tenía que volver a intentarlo, salir de allí, sabía dónde estaba la salida, tan sólo ser más rápida era lo que me hacía falta. Me sería difícil en mi estado, pero había que intentarlo.
Me acerqué a la puerta y apoyé la mano en su superficie. Acerqué la otra al manillar y tiré. Abierta… me reí… ¿era una broma de mal gusto o qué?
Daba igual, si había trampa me cogerían, sino, tal vez no. Me deslicé por el pasillo, escuchando por si alguien se encontraba por la zona, no corría, iba caminando. Llegué hasta las escaleras y las subí ayudándome por los brazos. No llegué hasta arriba, me paré a mitad altura para oír alguna señal de actividad. Pero no era así… ¿dónde estaban? Acabé llegando a la planta superior, fui a subir el resto de escaleras, pero una puerta me llamó la atención, deteniendo mi huida. Era la sala donde se habían reunido la vez anterior. Dudé… No pude evitarlo, me acerqué hasta ella y me mantuve en silencio. No había nadie dentro, abrí la puerta, tampoco estaba cerrada… era una trampa seguro, no podían haberme dejado dos puertas abiertas porque sí. Yo lo sabía, pero aun así entré y cerré sin hacer ruido, con el pestillo puesto.
La habitación era pequeña, ocupada por una mesa con tres ordenadores y un montón de informes sobre los teclados. Miré las tres pantallas, y me sorprendí al averiguar que se trataba de cámaras del exterior. En ellas se distinguía una calle con coches y un edificio alto, era de noche. Miré la hora, 02:53 ; 14-10-2082.
No podía creerlo… era domingo… Habían transcurrido apenas unas horas desde el secuestro en la calle… Increíble. Volví a fijarme en el paisaje dejando de lado la fecha, las cámaras conducían al mismo lugar desde diferentes ángulos, vigilando así la calle en su totalidad. No circulaba nadie por ella, aunque era normal a aquellas horas. No conseguí reconocer donde me encontraba, pero aun así, qué más daba. Sabía que estaba en la misma ciudad donde yo vivía, con eso me bastaba.
No podía entretenerme, bajé la mirada a los folios que allí había. Encontré los nombres de las seis chicas que estábamos secuestradas, con informes de cada acto nuestro. En el mío aparecían mi intento de huida, además de los segundos aguantados en las peleas y si había digerido alimentos o no. ¿Qué? Pero… ¿esto qué era? ¿Acaso un experimento? Seguí removiendo el poco orden que había hasta que una tapa de cuaderno apareció ante mí, mi cuaderno… Era mi diario, lo cogí rápidamente comprobando su estado. Habían escrito en estas páginas, las pasé hasta las últimas y me encontré palabras subrayadas en la parte de política. Con la palabra OCuST redondeada con bolígrafo rojo numerosas veces… ¿OCuST? …¿OC… ¡¡OCuST!!
¿Ellos eran OCuST acaso? … No podía ser, si lo eran no podía huir. Ellos eran los buenos… Estaba afirmando opciones que no sabía si tenían verdad o no, me estaba precipitando. Hasta ahora sólo había visto mi diario subrayado, nada más…
Un ruido en la puerta me devolvió al interior de la sala, alguien había intentado abrirla.  El movimiento se repitió un par de veces más.
-¿Quién eres? ¡Abre! – Era la voz de Eric… - ¡¡Rutz!!
El miedo me corrompió en ese instante… tenía que salir de allí…
 
 
Chapter 10


RUTZ


Sí, tenía que salir de allí. Recogí una de las sillas que había esparcidas por el reducido espacio y la empotré contra la puerta. Eric seguía intentando abrir la puerta a la fuerza, yo me di la vuelta, pensando con rapidez. No sabía lo que estaba haciendo, pero cogí otra silla con ambas manos y me coloqué detrás de la puerta. No hice ruido, esperé.
A la puerta no le quedaba mucho aguante, hasta que al final rompió. El cuerpo de Eric entró y en ese momento le golpeé con la silla en la espalda, haciendo así que cayera al suelo. Solté mi arma improvisada y corrí cuanto pude, escaleras arriba. Aparecí en los pasillos superiores y repetí el mismo recorrido que horas atrás había tomado; derecha, izquierda, derecha, primera puerta de la derecha, siguiente puerta, … derecha… esta vez tomé la derecha, esperando que ese fuera el atajo de Eric.
No sabía si me seguía, seguro que sí, pero no paré a comprobarlo. Traspasé una   puerta y salté de alegría al reconocer la habitación que servía de almacén donde me atrapó antes, había entrado por la puerta que él utilizó. Volví a retomar la carrera con unos brincos, abriendo la tercera puerta de la sala, atravesando de nuevo un pasillo recto. Corrí, corrí y corrí hasta que se acabó el espacio para la velocidad y tuve que derrapar tomando un giro hacia la izquierda. Una puerta apreció ante mí, la abrí y caí al suelo por culpa de un escalón, que me hizo estremecer por el frío asfalto… ¡¡La calle!! Oí un ruido detrás de mí, tuve que dejar mi admiración para otro momento si quería desaparecer de su vista. Me levanté del terreno mojado a causa de la lluvia y seguí mi carrera pasando del callejón a la calle principal. Me dirigí hacia la derecha, por tomar alguna dirección, pude descubrir la entrada en la que la furgoneta había aparcado esa tarde, obligando a mi cabeza a rememorar lo sucedido. El choque de una puerta pesada en el callejón me sorprendió, ya estaba afuera. Tomé la esquina de la derecha, rodeando el edificio de mis secuestradores, yendo a ciegas por un laberinto de calles desconocidas. De repente paré, si seguía tomando decisiones al azar no llegaría a ningún sitio, sabiendo que Eric se conocía la zona al contrario de mí. Observé lo que me rodeaba, asustada y con la adrenalina rebosando en mi cuerpo.
Era una zona industrial, no sabía cómo esconderme. Vi la pared de un edificio, me di cuenta de que su superficie no era lisa, tenía grietas por las que podía trepar hasta cierta altura. Decidido, comencé a escalar aquella idea vertical, esperando y deseando que él lo pasara por alto. Volví a oír pisadas, debía de haberse equivocado de camino, pero se estaba acercando. A duras penas conseguí alcanzar una ventana que estaba a bastante altura, unos cuatro metros y medio. No sé cómo lo conseguí sin caerme, ya que había llovido y resbalaba… verdaderamente viene bien la adrenalina para la supervivencia.
Entonces vi aparecer  a Eric corriendo, pasó por debajo de mí sin ni siquiera mirar por encima de su cabeza, desconociendo mi paradero. Dobló la esquina sin detenerse, consiguiendo así apartarlo de mí. Me quedé en silencio hasta que dejé de oírle desplazarse. Ahora podía bajar, más bien… intentarlo.
Giré y deslicé una pierna hasta encontrar una de las grietas, me temblaban las extremidades. Apoyé el peso en el pie derecho, rezando por no resbalar ahora. De pronto descubrí que no sabía bajar… y si saltaba iba a lesionarme una pierna, entonces no podría correr. Seguí intentándolo, pero iba demasiado lenta. Su voz detuvo el silencio del momento.
-Deja que te ayude. – Ya está… me había atrapado. Ya, ¿para qué rebelarme? Mejor estarse callada.
Escaló un tramo de pared y me recogió por la cintura para dejarme apoyar todo el peso en su pierna. Al fin alcancé tierra firme. Él terminó su acción y me miró.
-La verdad, hiciste muy bien en aprenderte el atajo, te felicito. – Falsas palabras para subirme la moral. – Y por tener la sangre fría de darme el golpe también, aunque dolió bastante… - Silencio incómodo, aun no me había agarrado para evitarse otro susto. – Rutz, sé que sabes a dónde pertenezco. – Lo sabía, pero no nombré aquella palabra, ahora no estaba segura de nada. – Dilo.
-Pero me equivoqué.
-No te equivocaste, Rutz. OCuST no es un grupo terrorista, ni somos psicópatas. – Parecía convencido de sus palabras.
-¡Nos habéis secuestrado! – Comencé a llorar, estaba nerviosa.
-Para protegeros. Fue decisión mía el hacerte pasar por todo esto. Pero era lo que querías, conocer a OCuST, ahora ya nos conoces.
-¡No tenías derecho! – Fui alejándome de él.
-No, no lo tenía. Pero era necesario.
-¿Necesario? ¡¿Necesario para qué?! – Gritaba, no podía contenerme.
-Para evitar que sufrieras. No quería hacerlo, pero no había otra manera. – No hablé. – Hacía falta que aprendieras. Ahora sé que tendrás recursos si llegara a pasar algo.
Dudé.
-Si llegara a pasar algo… ¿Qué puede pasar?... – Ahora quien calló fue él, pero respondió a mi pregunta.
-Mira, aunque no te lo creas no has sido de las primeras a las que hemos hecho estas pruebas. Llevamos así meses, entrenando a gente común para saber defenderse ante la ley. Si te hubiera dicho que era una prueba y que no estaba tu vida en juego no habrías hecho todo lo que has hecho, no te habrías atrevido a pegarme porque pensarías que era un juego. – Hizo una pausa. – Quiero saber que estás segura cuando hagamos el golpe de estado.
-¡¿Qué?!
-Vamos a hacernos oír en el centro de la política, somos más miembros que los nueve que has visto. Llegamos a medio centenar por lo menos. No sé cómo nos va a salir este movimiento, pero por si acaso descubren nuestra identidad, he tomado medidas. Te he entrenado por si hace falta que huyas.
Callé… esto era demasiada información de golpe. Él se acercó e intentó darme un beso en la mejilla, yo me aparté. No podía ser verdad todo esto. Al ver mi reacción él habló.
-Has superado la prueba, has conseguido escapar de mí. Ahora ya puedes irte, estamos a las afueras de la ciudad, toma tu móvil. – Y se sacó del bolsillo aquel aparato tan conocido para mí. Yo lo cogí, después le miré. Eric me devolvió el acto y me mantuvo la mirada. – Aléjate de mí, no quiero que me sigas.
Dio media vuelta y comenzó a caminar de vuelta al edificio.
-Te odio… - Susurré mirando al suelo.
-Y por tu bien, que ese sentimiento no cambie nunca. – No se giró, yo levanté la vista, sin saber cómo me había oído.

En ese momento todo cambió, algo en mí cambió. Ocurrió en  un segundo. Tiré el móvil al suelo y su interior se convirtió en su exterior, al igual que yo.
 
 
Chapter 11


ERIC


Una sonrisa se me dibujó en aquel instante… debí de haberme imaginado que acabaría siguiéndome.
          Parece mentira que haya pasado un año desde aquella noche, cuando tuve que entrenar a una niña asustada de la realidad para protegerla.
Ahora en cambio, todo es distinto. La tengo ante mí y su cabello escarlata se ha transformado, un color azabache lo sustituye, también su longitud es distinta. Su expresión se ha vuelto más dura y sus ojos se han tornado metálicos en vez de delicados, incluso se diría que su constitución ha pasado de ser la de una adolescente a la de una mujer adulta. Ha aprendido a utilizar armas también, en este mismo momento se encarga de comprobar la seguridad de su pistola.
La llamamos 10, incluso ella ha olvidado su antiguo nombre.
Me está mirando con frialdad, yo me río. Todavía no me ha perdonado, o al menos eso intenta demostrarme, pero no la culpo.
9 truca a la puerta, es la hora. Ella reacciona, se acerca hasta mí.
-¿Estás preparada? – Le pregunto. Ella me sonríe.
-¿Y tú?

Una nueva vida

Os dejo mi primera historia por capítulos. No es muy larga, son siete solamente. A ver qué parece. Me gustarían críticas tanto malas como buenas, así decido si hacer más relatos de este tipo. Jeje 


 Capítulo 1
 
 
Estaba soñando, sé que estaba soñando. Veía a mis padres, abrazándose. Mi madre se alzaba de puntillas para poder alcanzar los labios de mi padre con una sonrisa; eran felices. Los echaba de menos…
 
 
-¡Viela! ¡Mueve el culo y ponte a trabajar ahora mismo! – La voz de la Señora Harrison resonó en las paredes de mi mente, creando el vacío donde hace unos instantes se encontraba el recuerdo de mis padres. Otro día igual en mi vida comenzó esa mañana…
Abrí los ojos y me obligué a levantarme con el sueño aun dejándose caer en mis párpados. Recogí mis viejas y destrozadas converse y bajé las escaleras lo más rápido que pude. Oh no, la Señora Harrison me estaba esperando delante de la entrada.
-¿Por qué has tardado tanto niña? Hace media hora que tendrías que estar en las calles haciendo lo único que sabes hacer. – Como cada mañana, comenzó a echarme la bronca por el día anterior, nunca el dinero que le llevaba le parecía suficiente.
-Ayer tardé demasiado en reunir la cantidad que me pedisteis, apenas he dormido dos horas. – No sé por qué intentaba darle explicaciones si nunca servían.
-A mí no me des excusas, o reúnes hoy los quinientos euros acordados o te quedarás sin un techo en el que vivir. ¡Encima que mi marido y yo tomamos la cruda decisión de sacarte de ese orfanato! ¿Es así cómo nos lo pagas? Sí, con quejas por tu trabajo. ¡Vete! Y no vuelvas antes de tener todo ese dinero en tus sucios bolsillos. – Me enganchó de la sudadera y me dio un fuerte empujón para sacarme de la casa a la fuerza. Odiaba tener que llamar a eso “hogar”…
 
Como me imaginaba, entonces tampoco me dio nada que llevar a la boca, sentía hacerlo, pero hacerle una visita a Christian era mi única salida para comer. Bajé las escaleras del porche y empecé mi carrera hasta llegar a un puesto de fruta dos manzanas más al este, estaba vacío. ¡Bien! Allí se encontraba Chris, mi salvador, como siempre.
-¡Ey, Viela! – Gritó con entusiasmo. No… Me acerqué a su lado para poder hablar con él.
-Chris, ya sabes que no me gusta que me llames por mi nombre en mitad de la calle. Una chica no dura ni dos horas en esta ciudad si alguien importante se entera de que anda por ahí sola.
-Lo sé, perdona, siempre se me olvida. Lo siento Vie… Lo siento. – Me gustaba la expresión de su rostro cuando pedía disculpas, era tierno entonces. – ¿Hoy tampoco te han dado nada de comer?
-No, sabes que no me gusta tener que recurrir a ti, pero es que ya no sé qué hacer. – Las lágrimas intentaron salir de mis ojos, pero no pude permitirlo, si quería sobrevivir tenía que ser fuerte, o al menos aparentarlo. Chris recogió una manzana y me la otorgó con cara triste.
-No puedo darte más.
-Lo sé, y con esto ya haces suficiente. – Me elevé un poco para poder besarle en la mejilla como muestra de agradecimiento. – Te juro que cuando me largue de esa casa te pagaré.
-No lo hagas, ya te invité a escaparnos juntos y desaparecer de esta podrida ciudad. Si vinieras conmigo…
-No Chris, sabes que no podríamos sobrevivir sin trabajo, y yo con quince años no puedo trabajar mucho, menos aun sin estudios. Y solo tú como frutero no es que sea un trabajo con mucho futuro. – Christian bajó la cara, avergonzado por ese último detalle. Me dolía, pero tenía que aprender que mi respuesta siempre sería no. Si nos hubiésemos escapado juntos, los señores Harrison habrían llamado a la policía diciendo que me habían secuestrado, y por lo tanto, Chris iría a la cárcel y eso no podía permitirlo.
-Ayúdame a ponerme el gorro. – Le pedí para cambiar de tema. Le entregué el gorro negro y me di media vuelta, sostuve la manzana con la boca y utilicé las manos para recogerme el oscuro cabello debajo del gorro mientras él me ayudaba a que no se me viera ni un  solo pelo. Tenía que esconderlo para que nadie descubriera que era una chica, por eso utilizaba ropa ancha, para esconder mis llamativas curvas femeninas. Volví a girar para verle.
-¿Qué? ¿Parezco una chica? – Le pregunté con humor.
-Pareces el chico más barriobajero de toda la ciudad. – Dijo con una sonrisa de gracia. Volví a besarle en la mejilla y salí corriendo hacia el centro mientras mordía la rica manzana de la frutería.
 
 
Capítulo 2
 
 
En unos pocos minutos llegué al centro. A esas horas de la mañana estaba abarrotado de gente, de mucha gente rica. Mis ojos recorrían de lado a lado la acera mientras mi boca apreciaba el sabor de la manzana, fijándome en los pequeños detalles de las personas que por ahí pasaban. Había pasado ya un año desde la primera vez que tuve que robar para el Señor y la Señora Harrison, mucho tiempo, y aun así, me seguía asustando cada vez que tenía que alcanzar una cartera sin ser vista.
Era el momento de empezar a trabajar, me pareciera bien o mal lo que estaba haciendo, no me quedaba otra. Así que fijé mi primer objetivo, una mujer madura de muy buen andar y con un traje de empresa muy elegante. Llevaba el bolso en la mano derecha, a la altura de la pierna; sería fácil.
Sin soltar la media manzana que me quedaba fui en su dirección. En pocos pasos la alcancé, ella ni se había percatado de que yo me encontraba a su espalda. Solo había que alargar la mano y… ¡perfecto!
 
Demasiado rápido llegó el mediodía, y ese día de otoño hacía mucho más frío de lo normal. Estaba sentada en un banco del parque mientras jugaba con los restos que había dejado de la manzana. Había “recaudado” muy poco dinero, ciento veinte euros, si llegaba a casa con tan poca cantidad me esperaría una mala noche. Me hacía falta más dinero, pero es que a esas horas apenas había gente por las calles, y por la tarde no me daría tiempo a conseguir el resto. Y justo, por delante de mis ojos cruzó un hombre que parecía llevar prisa. En esos pocos segundos pude captar un maletín en la mano derecha, en la misma mano un reloj plateado de alto precio, además de unas gafas americanas muy estilosas. Era mi oportunidad, como siempre sólo tendría una, era jugármela a cara o cruz. Salté del banco y me convertí en su sombra hasta que salimos del parque y nos juntamos con la muchedumbre. Cuando redujo un poco el ritmo decidí yo acelerar el mío. En cuanto estuve a punto de rozarle agarré con fuerza el trozo de manzana y lo lancé con cuidado a su derecha. El desconocido giró bruscamente su cabeza en dirección a la fruta y ese era el momento para coger la cartera que tenía en su bolsillo izquierdo. Pero entonces una de sus manos fue a parar a mi muñeca con fuerza.
-¿Qué te crees que haces, chico? – Levanté la vista para mirarle a los ojos, él se quitó las gafas con la mano que tenía libre y continuó. – Soy policía, y tú, vas a acompañarme a comisaría por intento de robo. – Me quedé atónita… ahora sí que estaba metida en un buen lío.
 
Estuve toda la tarde en comisaría, los policías llamaron a mis tutores legales y después de cenar aparecieron por la puerta del edificio. El señor Harrison me lanzó una mirada de pocos amigos al verme sentada junto a un policía. Estuvieron hablando de mí con el policía que me engañó en la calle durante unos cuantos minutos; el Señor y la Señora Harrison crearon su gran fachada de mentiras, contándole al policía que eran un matrimonio dulce y sin hijos, que por eso fueron al orfanato, para adoptar a un pobre niño al que darle amor y, entonces me escogieron a mí. Siguieron explicándole que yo no sabía comportarme por el duro pasado que había tenido y que se les hacía muy difícil el educarme… Una sarta de falsedades que tuve que oír por desgracia.
 
Por fin salimos de la comisaría y nos metimos en la furgoneta que tenían los Harrison para volver a su casa. Y, en cuanto perdimos de vista el edificio policial, comenzó lo que más me asustaba:
-Lo estás haciendo muy mal, niña. Así no nos ayudas, devolviendo el dinero que consigues, aunque sea poco. – El Señor Harrison no quitaba la vista de la carretera mientras me hablaba, estaba muy serio, y podía fijarme en la vena del cuello que le palpitaba como si allí mismo se encontrara su corazón, era una muy mala señal.
Estuve el resto del trayecto callada, cuando paró la furgoneta salí del coche y me dirigí a la puerta sin dedicarles una mirada a ninguno de los dos, bastante asustada estaba ya. La puerta se cerró detrás de mí, entonces sentí una mano apoyarse en mi hombro. Giré sobre mí misma y tuve el tiempo justo para ver la mano del Señor Harrison dirigirse a mi cara y del impacto estamparme contra el suelo.
-Vuelve a fallar como hoy y a hacernos pasar esta vergüenza y…y te juro que te devolveré al mismo orfanato del que te saqué. ¡¿Me has entendido?! – Estaba muy enfadado, muchísimo, y yo no me atreví a levantar la vista. – ¡Ahora sube las escaleras y vete a tu cuarto! – Me levanté de forma lenta y seguí sus órdenes, subí cada peldaño sin ganas, me faltaban fuerzas. Llegué a mi cuarto y al entrar cerré la puerta, quedándome allí de pie unos instantes, antes de caer en un mar de lágrimas del que pensaba que no iba a salir nunca.
 
 
Capítulo 3
 
 
Eran ya las cinco de la mañana y aun no había podido parar de llorar, en silencio, para no despertar a los Harrison. Seguía sentada y apoyada en la puerta, no me había movido de allí todavía, no me atrevía.
Mi vida era un asco, desde que murieron mis padres todo había cambiado. Los servicios sociales me llevaron a ese asqueroso orfanato en el que pasé cuatro largos años. Después, el matrimonio Harrison me adoptó. Pero nunca llegué a imaginarme que me utilizarían para su propio beneficio, cada día tendría que ir  a robar dinero para ellos, sino, ni comida ni agua; no iba ni al instituto ya, no querían pagarme los estudios…
En aquel momento dejé de llorar, ya estaba harta. Sabía que le había dicho a Christian que no iba a escaparme ni con él ni con nadie… Se iba a enfadar mucho, pero tenía que romper mi promesa. No podía aguantar más en esa casa, no sabía cómo lo iba a hacer ni a dónde ir, pero quería salir de allí cuanto antes.
Recogí el gorro negro del suelo y me levanté, fui de puntillas hasta la vieja mesa de madera y saqué a la luz un sobre escondido; en él tenía ahorrados cincuenta euros, no era mucho, pero algo había conseguido robarles a los Harrison. Coloqué el gorro en su sitio, ocultando mi característico cabello y abrí la puerta. Bajé las escaleras con muchísimo cuidado de no hacer ruido, por suerte ambos tienen un sueño demasiado profundo. Sin encender ninguna luz recorrí las paredes del pasillo hasta alcanzar la puerta, por desgracia… estaba cerrada con llave… Tuve que volver sobre mis pasos otra vez al cuarto, no sabía lo que podía hacer. No me quedaba otra: la ventana. Era un segundo piso, pero si quería salir de esa vida, tenía que hacerlo. Levanté con suavidad el cristal y saqué las piernas, tenía miedo a las alturas. Cerré los ojos y apreté los dientes con fuerza, conté hasta tres y me lancé a la oscuridad de la noche que empezaba a llegar a su fin.
 
La caída fue dura y un grito sin aire salió de mi garganta. El dolor me atravesaba la pierna derecha como si de fuego se tratase. Me levanté como pude, intentando que las lágrimas no se asomaran por mis ojos y, andando, me dirigí primero al puesto de fruta. Tardé demasiado en llegar, para entonces ya hubo amanecido; debía darme prisa. Antes de saltar por la ventana había escrito “Gracias” en el sobre, y con miedo de no despertar a ningún vecino, lo coloqué bajo una de las patas de la mesa de la frutería.
 
Muy bien, ahora debía salir de la ciudad. No quería permanecer en ese laberinto mugriento de calles, demasiados recuerdos que quería olvidar. Comencé a andar en dirección sur y un camión llamó mi atención. Tenía el motor en marcha y el conductor apoyado contra el capó. Me acerqué intentando que no se diera cuenta de mi presencia y por la matrícula descubrí que pertenecía a alguien de un pueblo no muy lejano a la ciudad, se encontraba a unos cuarenta kilómetros. No dudé ni un instante, y cuando el conductor subió al vehículo, me agarré con fuerza a la parte trasera y el camión empezó a circular por el asfalto de la ciudad.
 
Cuando llegamos a una rotonda por mitad trayecto y el camión redujo la velocidad, salté del vehículo, caí con la pierna derecha sin querer y de nuevo el fuego me recorrió el cuerpo por la columna vertebral. Era un dolor insoportable. Salí de la carretera y me senté en la tierra de uno de los campos de alrededor. Lentamente, remangué el pantalón para poder ver aquello que me dolía tanto. La herida aun sangraba, y no tenía muy buena pinta la verdad. Me quité la sudadera y rompí parte de la tela de mi camiseta para poder tapar la herida. Volví  a colocarme la sudadera y empecé a andar en dirección al pueblo, no estaba muy lejos, por lo que fui con calma y a la velocidad que me permitía ir mi pierna herida.
No debía de llevar mucho tiempo andando que empezó a llover. Genial, eso era lo que me faltaba. Continué mi camino y en muy poco conseguí llegar al pueblo, las calles estaban desiertas por la fuerte tormenta que caía. Busqué un refugio y entre las callejuelas del pueblo, encontré una puerta de madera de un tamaño colosal cubierta por un arco. Decidí sentarme allí y descansar hasta que amainara la lluvia. No sabía qué hora debía de ser, aun por la mañana, pero el sueño hacía estragos sobre mí. Cerré los ojos un instante, tan sólo uno y, cuando volví a abrirlos, la visión había dado un cambio radical inesperado.
 
 
Capítulo 4
 
 
Estaba trastornada, no entendía lo que había pasado, ni lo que veía a mi alrededor. Me encontraba en una cama, grande, con sábanas blancas y de tacto suave. Me erguí extrañada, observé el entorno y deduje que estaba en una casa, una casa de alguien importante, pues la estética estaba entornada en el origen medieval. Los muebles eran de madera, con un decorado tallado a mano. Parecía un sueño.
-Oh, despertaste. – Di un salto del que me caí de la desconocida cama en la que me encontraba, seguí con la vista de donde provenía aquella voz femenina y hallé a una mujer de mediana edad, su rostro era agradable. – Perdona, no quería asustarte pequeña. – “Pequeña”… aquel apodo me hizo darme cuenta de que mi cabello caía sobre los hombros y el pecho, donde se encontraba un camisón de tela muy bonito. Los ojos mostraron mi asombro y empecé a sentirme muy nerviosa y asustada.
-No, no te asustes, no voy a hacerte daño. Ven, siéntate en la cama y te lo explicaré. – La mujer me ofreció su mano para ayudarme a levantarme, la acepté ya que me seguía doliendo la pierna, entonces me di cuenta de que la venda improvisada de mi camiseta había sido sustituida por una real. Me senté en la cama junto a la mujer.
-Mi nombre es Alice, y trabajo como ama de llaves en esta casa, bajo el servicio del Señor Alan. Ayer, cuando fue a salir por la puerta, te encontró dormida en la entrada del arco bajo la lluvia. Vio que ibas vestida con ropa sucia, que estabas herida y que temblabas de frío, así que decidió darte cobijo hasta que despertaras. – Estaba perpleja, y al ver que no contestaba continuó con la explicación. - No te preocupes por la ropa, yo fui quien te cambió. Te curé la herida y te metí en la cama de esta habitación, la de invitados.
No podía creerlo, aquel hombre parecía alguien muy rico, y me había ayudado sin ni siquiera conocerme… nunca antes me había ocurrido que alguien me ayudara sin motivo, a demás de Christian.
-Dime pequeña, ¿cuál es tu nombre? – Seguí sin contestar, no sabía por qué, pero no me atrevía. - ¿No puedes hablar? – Dije que sí con un movimiento tímido de cabeza, no sabía cómo comportarme. – Entiendo, estás aun aturdida. ¿Tienes hambre? Acompáñame, te presentaré al Señor Alan.
Entonces el corazón me dio un vuelco, si no había conseguido decir palabra con aquella mujer, cómo iba a hablar con un hombre puede incluso que aun más mayor que ella, porque con ese nombre… muy juvenil no parecía. De nuevo, la voz de la mujer cortó mis pensamientos:
-¡Ah! Casi se me olvida, toma, te he traído una camiseta y un vaquero de mi hija para que te vistas. Lo siento, tu ropa estaba destrozada. – No me lo podía creer, ¿me estaba ofreciendo ropa? ¿Sin nada a cambio que darle? Era imposible… - Te dejaré sola para que puedas vestirte, cuando acabes; baja las escaleras y entra en la sala de la izquierda, allí está el comedor. Te esperaré allí.
Alice desapareció por la puerta dedicándome una sonrisa. Todo esto era muy extraño para mí, pero cuando pensé en la comida… descubrí que me moría de hambre, no había mordido nada desde ayer. Miré la ropa, realmente me gustaba, pero no era mía, así que en cuanto no me hiciera falta se la devolvería a aquella chica. Me la puse muy rápido y, antes de pasar por la puerta, vi un espejo encima de la cómoda. Por inercia fui a verme reflejada en él, hacía mucho que no me veía con el pelo suelto, mis ojos castaños y brillantes disfrutaron con esa visión. Ahora sí que era Viela.
 
Seguí las instrucciones de la ama de llaves y bajé las escaleras, mientras tanto, observaba cada rincón del hogar, gozándola con el estilo medieval que tenía… realmente era alguien con mucho dinero.
Fui al salón, tal y como me dijo la mujer, pero no me atreví a entrar, sino que asomé la cabeza por el umbral de la entrada. Y allí estaba él, un veinteañero de pelo castaño y ojos de color dulce, sentado en una de las numerosas sillas de la mesa mientras jugaba a…¡a la Xbox!... Increíble,… ahora sí que estaba segura de que era un sueño. Entonces giró el rostro hacia mí y me sonrió. Ay, Dios, … ¡era guapísimo!
-Así que ya te levantaste, eh. – Se levantó para recibirme, no sabía dónde meterme, pero quería desaparecer. – Mi nombre es Alan. – Se presentó ofreciéndome la mano para estrechársela.
-Vi-Viela… - Respondí yo con demasiada timidez para mi gusto mientras le sujetaba su fuerte y firme mano.
-Entra, por favor, me ha dicho Alice que estás hambrienta. – Y allí estaba ella, sentada en una de las sillas con un plato de fruta delante, enseñándome una silla a su lado para que me sentara. Alan me recogió por la espalda para que no tropezara y me acompañó hasta la silla, para luego sentarse en frente de mí.
Alice me acercó el plato de fruta y me susurró con voz dulce que comiera un poco. Al ver un conjunto de manzanas no pude evitar coger una con ansia y comencé a morderla sin parar. Me detuve de golpe al caer en que ninguno de los dos me quitaba la vista de encima, dejé lo que quedaba de la manzana, que no era mucho, en el plato.
-Lo siento, además de que me ayudáis no debería comportarme así. – No miré a ninguno de los dos, y entonces oí una risa que provenía del señor de la casa.
-Si no me cuentas lo que te ha ocurrido no podré decidir si debes o no comportarte así.
-Yo siento decir que debería irme a mi casa a ayudar a mi marido, Señor Alan. Le dio un beso en la mejilla y a mí me dirigió una sonrisa. – Nos veremos esta noche.
 
Cuando oímos el golpe de la puerta al cerrarse Alan se levantó de su silla y se acercó a mí, se inclinó para tener su cabeza a la altura de la mía. Eso me ruborizó.
-No hace falta que me expliques ahora lo que te ha ocurrido si no te sientes con fuerzas, pero sólo te voy a hacer dos preguntas: ¿Estás huyendo de algo? ¿Has hecho algo malo?
No entendía a qué venían esas preguntas, pero ya que me había ayudado era lo menos que podía hacer el contestar a sus cuestiones.
-Sí que estoy huyendo y no, no he hecho nada malo… al menos  no de la forma que creo que está pensando, no he herido a nadie.
-¡Estupendo! – Dijo eso con una sonrisa de diversión y se irguió para dirigirse a la silla donde jugaba antes a la Xbox. Ahora sí que no entendía nada…
-¿Es-es-estupendo? Perdone, pero… no le entiendo.
-Digo “estupendo” porque si estás huyendo, quiere decir que no vives en la calle y eso es bueno, y si no has hecho nada malo quiere decir que no estás esquivando a la policía. ¿Me equivoco? - Negué con la cabeza, impresionada por su deducción. – Y una cosa más, no me trates como tu superior, me hace sentir viejo. – Siempre sonreía, era… extraño y diferente. Volvió a encender la pantalla y se sentó en la silla. Me miró de nuevo ya que me había quedado ahí plasmada por su soltura al hablar conmigo.
-¿Te apetece jugar? Es un juego de lucha y me hace falta un compañero de juego.
Me levanté despacio y me senté en una silla a su lado, él me tendió un mando y me explicó los controles. Le dije que nunca antes había jugado a un juego de esos y él dijo que no pasaba nada, que no sería duro conmigo, aquello volvió a sonrojarme.
La partida transcurrió rápida, nombrándome a mí ganadora. Alan me miró impresionado y sólo dijo:
-Así que Viela, ¿eh? ¿Viela…?
-Sólo Viela, mi apellido ya no tiene significado. 
 
 
Capítulo 5
 
 
Esa tarde fue increíble. Realmente se portó bien conmigo Alan, estuvimos jugando a la Xbox todo el tiempo. Luego, sobre la hora de cenar volvió Alice con una bolsa más de ropa para mí, junto al mayordomo de Alan, el Señor Edward, pero todos le llamaban Ed.
Cené la comida más deliciosa que había probado en toda mi vida, todo era genial, cogí un poco de soltura ya que me sentía más cómoda y hablé con los tres. Ya que a la mesa también se sentaban Alice y Edward, que eran pareja.
 
Durante la cena fue momento de explicaciones. Les conté mi vida empezando cinco años atrás, desde la muerte de mis padres a manos de un ladrón, suena cómico que yo sea una ladrona conociendo ese dato; continué explicándoles mis años en el orfanato hasta que me adoptaron los Harrison. Seguí con el año que pasé con ellos y escapándome para hablar con Christian, que era el único que conocía ese secreto. Y por último, terminé con los días anteriores, desde que me cogió el agente hasta que Alan me encontró en la entrada de su casa.
Cuando hube terminado, Alice se llevó una mano a la boca en señal exclamativa por mi infancia.
-Pobre niña… - Dijo con mirada triste. – Hay que hacer algo con esos dos malechores. – Los dos hombres asintieron demostrando su acuerdo.
-¡No! ¡No! No, por favor no lo hagáis. Me he ido, seguramente nunca los vuelva a ver. Por favor, no hagáis eso, sino me devolverán a un orfanato.
-Pero las autoridades deben de conocer este caso. – Explicó Ed para intentar convencerme.
-Bueno, lo hablaremos mañana, por ahora vas a pasar aquí una temporada hasta que tomemos una decisión. – Alan me dirigió una mirada de orden, no de proposición. Agradecía lo que estaba haciendo por mí.
-Nosotros deberíamos irnos ya, Señorito Alan.- Anunció Ed.
-Vamos, amigo, ya sabes que no quiero que te dirijas a mí de esa forma. No te sientas mal, pero tú eres bastante más viejo que yo. – Ambos se rieron con ese comentario, se notaba que se querían mucho.
 
Antes de irse, le pedí a Alice que le diera las gracias a su hija por prestarme tanta ropa.
-No es prestada, sino regalada. No tienes nada para ponerte, así que esto te ayudará un poco. Ella ya es más mayor y está estudiando fuera, así que no le importará. – Y me guiñó un ojo.
Cuando se fueron, Alan y yo nos quedamos solos en el salón. Fui a recoger mi plato pero él me detuvo. Colocó su mano sobre la mía e hizo un poco de presión para obligarme a dejar la vajilla donde estaba.
-No, déjalo. Yo recogeré la mesa, tú vete a acostar. La verdad es que lo necesitas. – Su mirada siempre era tierna.
-Pero…
-Tira. – Dijo con tono alegre. Yo me levanté de la silla dándole las gracias con la mirada y fui a salir de la sala pero me detuve. Giré sobre mí misma y me quedé quieta observando a Alan.
-¿Qué ocur… - Rompí su pregunta lanzándome a sus brazos entre lágrimas, no pude evitarlo, llevaba demasiado tiempo reteniéndolas. Susurraba muchos “gracias” seguidos entre los sollozos, él se quedó atónito con mi repentino comportamiento, pero lo aceptó y me devolvió el abrazo a la vez que me besaba la frente con ternura.
 
Una vez hube terminado con mis lloriqueos le miré muy avergonzada mientras me separaba de él y empecé a sonrojarme.
-¿Podría… ducharme antes de acostarme? La verdad, me siento un poco sucia… - Le expliqué mientras cogía un mechón de mi pelo con cara de asco.
-Por supuesto, está una puerta antes de tu dormitorio. Buenas noches. – Cogió mi rostro entre sus manos y me besó de nuevo en el mismo lugar.
 
 
Capítulo 6
 
 
Aquella noche tuve un sueño: me veía a mí con seis años en brazos de mi padre, no paraba de reírme. Mi madre se nos acercó y me besó la nariz con gracia mientras sus labios susurraban “Feliz cumpleaños Viela.”
 
Me desperté inquieta; mi cumpleaños…
 
Me vestí con los mismos vaqueros que el día anterior, pero esta vez elegí una camiseta blanca con letras negras gigantes “I LOVE ROCK N’ ROLL!”. Creo que la hija de Alice y yo coincidíamos en gustos a la perfección.
Bajé las escaleras, y oí una voz a mi espalda.
-Buenos días por la mañana, Viela.
-…Buenos días, Alan. – Respondí con un poco de retardo y me quedé quieta esperando que me alcanzara. -  Alan, ¿hoy es ocho de Octubre?
-Em, si no fallan mis cálculos, sí, sí es ocho de Octubre. ¿Por qué? – Noté curiosidad en su tono.
-Porque entonces, hoy cumplo dieciséis años.
-¡Eso es estupendo! Muchas felicidades. – Se acercó a mí y me abrazó con mucha fuerza. – Habrá que celebrarlo. – Empezó a saltar las escaleras como un niño pequeño y salió corriendo hacia la cocina. Pude oír como le daba la noticia a Alice y Ed.
Fue día de celebraciones entonces, aunque pude escaquearme después de la comida para poder explorar la casa. Era preciosa, en cada rincón había alguna temática antigua, muy bonita. Por supuesto no entré en las habitaciones cerradas, pero en las que no lo estaban sí. Me sentí como una niña pequeña en un mundo nuevo.
 
Cuando me sentí satisfecha con mis nuevos descubrimientos volví al salón y alguien me tapó los ojos por detrás. Di un grito agudo.
-Tranquila, soy yo. – Reconocí la voz de Alan. - ¿Estás lista para mirar al frente?
-¿Para mirar el qué? – Dije un poco con el corazón en la garganta. Alan apartó sus manos de mis ojos y vi a Alice y Ed sujetando un paquete envuelto con un lazo. Alice se acercó a mí con el regalo.
-Ábrelo, por favor. – Su sonrisa era brillante.
Seguí su orden con entusiasmo, y encontré un precioso vestido negro de tirantes. Me quedé helada cuando lo vi colgando de mis manos. Abrí los ojos cuanto más pude demostrando así mi admiración por el regalo.
-Pe-pero… Es precioso.
-Perteneció a nuestra hija y queremos que te lo quedes. – Me explicó Ed. Alan me cogió del brazo y me dirigió escaleras arriba hasta mi habitación. De un empujón me metió dentro y antes de cerrar la puerta dijo.
-Te lo quiero ver puesto ya. Cuando estés, sal.
Ay Señor… no me ponía un vestido desde que tenía unos ocho años. Eso iba a ser toda una prueba de fe. Al dejar el vestido sobre la cama vi otro paquete envuelto sobre ella. Lo abrí y en su interior había unas botas muy bonitas que quedaban por debajo de la rodilla.
Reí feliz al no esperarme tal sorpresa y empecé a cambiarme entusiasmada.
 
Una vez estuve lista me coloqué delante del espejo. El vestido se ajustaba a mi cuerpo perfectamente, parecía como si me lo hubieran hecho a medida. La visión me fue extraña, pasar de una sudadera ancha y unos pantalones rotos a un vestido ajustado y elegante fue un paso muy grande. Pero me sentía bien, muy, muy bien.
 
Salí de la habitación, Alan me esperaba apoyado en la pared. Cuando me vio, se despegó de ella y, atónito, empezó a aplaudirme sin quitarme el ojo de encima. Empecé a ruborizarme, sintiéndome una señorita de la alta clase.
-Estás guapísima. – Yo le sonreí a modo de respuesta.
Bajamos las escaleras, y tanto Alice como Ed se alegraron de verme con el vestido puesto.
-¡Bellísima! – Exclamó Ed con acento italiano. – Nosotros nos tenemos que ir, pero por la noche estaremos aquí. Vosotros disfrutad de este día, por favor.
Les di las gracias a los dos junto con un abrazo a Alice, entonces volví a sentirme dentro de una familia.
 
Alan les abrió la puerta para salir, pero no la cerró. Es más, me invitó a salir a fuera. Estuvimos toda la tarde por el campo, Alan me enseñó el pueblo y me contó su historia. Guardaba un montón de datos en la cabeza, y ello me dejó impresionada.
Antes de que anocheciera nos sentamos en un árbol y él me contó la historia de su vida: sus padres habían muerto siendo él un niño muy pequeño, así que Alice y Ed lo cuidaron junto a Helena, su hija; Ed y Alice son como sus segundos padres. Cuando ya tuvo la mayoría de edad, se trasladó a la casa de sus padres y la renovó completamente, pero el matrimonio sigue yendo a ayudarle todos los días como he podido comprobar. Ahora, se gana la vida trabajando en el campo junto a los demás habitantes del pueblo.
-¿Qué edad tienes entonces? Yo me imaginaba que tendrías los diecisiete o dieciocho como mucho.
-Tengo ya veintiuno. – Rió con ganas. Después de esta respuesta estuvimos un rato callados hasta que yo me atreví a preguntar:
-Alan, ¿por qué me acogiste? Me refiero a que… ¿por qué me ayudaste sin ni siquiera conocerme? Podría haberte robado si hubiera sido otra ocasión. – Reconocí con tristeza. Él se lo pensó mucho y al final respondió:
-Porque eres la viva imagen de mi hermana. Ella era mayor que yo, también murió en el accidente de coche que sufrieron mis padres, con quince años. – Dijo todo de refilón mirando al infinito. Yo le estreché la mano con fuerza.
-Lo siento, y también gracias, por no abandonarme. – Él me miró con la felicidad de siempre, se puso de pie e hizo una graciosa reverencia con la que no pude evitar reírme.
-Felicidades otra vez, Señorita Viela. – Se rió a carcajada limpia. – Venga, vámonos, nos deben de estar esperando para cenar, y yo te aviso; Alice en las celebraciones se pasa con la comida.
Me ofreció la mano para ayudarme, yo la acepté sin pensármelo y nos fuimos juntos de camino a su casa con nuestras manos entrelazadas.
 
 
Capítulo final
 
 
Al llegar al pueblo ya avistamos la casa, y nos encontramos con Ed y Alice discutiendo en la puerta con una pareja. ¡NO! …
Me asusté y me paré en seco, Alan dirigió su mirada de los desconocidos a mí varias veces y entonces lo entendió todo.
-Ven, no tengas miedo. – Me susurró al oído mientras me sujetaba la mano con firmeza. Ambos nos encaminamos hacia Ed y Alice y… los Señores Harrison.
Cuando la Señora Harrison me avistó en la distancia dio unos golpes en el hombro a su marido para que mirara en mi dirección también. Aun con los pasos que nos separaban pude notar su mirada cabreada clavarse en mí como una aguja y me paré en seco, no pude evitarlo.
-¡Hija de…! – Me insultó el Señor Harrison mientras se acercaba a mí a zancadas. Cuando estuvo a punto de tocarme, Alan se interpuso entre él y yo.
-¿Quién eres tú? – Pregunto enfadado mi tutor legal.
-El joven que os va a denunciar a usted y a su mujer como no se alejen de esta chica. – Yo estaba muerta de miedo, mi mirada iba dirigida al suelo. – Márchese de aquí y deje a Viela en paz.
-Ella es mía, niño, los papeles lo demuestran. – Amenazó el Señor Harrison. Alan empezó a enfadarse y recogió mis dos manos con la suya.
-Mire, yo sé lo que le hacían a Viela, esas dos personas de allí también lo saben, por lo que si ponemos una denuncia podrán testificar perfectamente. Ustedes, ambos, irán a la cárcel por abusar de una menor y maltratarla, además de aprovecharse de la herencia de sus padres. Si no quiere que eso le ocurra, ya está desapareciendo de mi vista, y rompiendo el contrato que establece que usted es el tutor legal de Viela, porque ella no se lo merece. – Me quedé con la boca abierta con las palabras de Alan. El Señor Harrison se quedó con la palabra en la boca, no supo qué decir y comenzó a ponerse nervioso.
-Puñetera niña…- Susurró. – Total, tú ya no nos sirves, hoy cumples dieciséis años, con esa edad ya puedes valerte por ti misma. – Me lanzó una mirada amenazante y dio media vuelta, cogió a su mujer por el brazo que también me dirigió una mirada de pocos amigos. Ambos se metieron en la furgoneta y el Señor Harrison encendió el motor, para salir del pueblo y no volverlos a ver nunca más.
 
Cuando vi desaparecer el vehículo por la curva de la carretera caí rendida al suelo. Alan me sostuvo con cuidado y me susurró palabras para tranquilizarme, “Eres libre.” fue una de ellas.
Me levanté con su ayuda y los brazos de Alice me rodearon con mucha fuerza mientras gritaba de felicidad cerca de mi oído. Al terminar ella con los ojos llenos de lágrimas de alegría, fue Ed quien me abrazó, yo le di las gracias mientras sus brazos me rodeaban.
Nos metimos en la casa, yo fui directa a sentarme en el sofá, estaba exhausta. Alice se me quedó mirando.
-Ya puedes descansar, pequeña. Porque esta noche va a haber celebración por dos: tu cumpleaños y tu independencia.
-Y tercera: porque va a vivir aquí conmigo. – Intervino Alan mirándome fijamente. Yo clavé mi mirada en la suya, sin creerme lo que había oído. – Si quieres, claro.
Mi cabeza empezó a decir sí una, y otra, y otra, y otra vez, mientras me lanzaba a sus brazos entre lágrimas.
Ed y Alice nos miraron con una sonrisa y se dirigieron a la cocina para preparar la cena.
 
Yo no podía soltar a Alan, no cabía en mi asombro… vivir con Alan.
-Todo ha pasado ya. – Dijo en un tono bajo mientras me acariciaba el cabello.
-Gracias a ti. - Dije yo levantando la vista hacia él. - No sé qué puedo hacer para…
-Solamente quédate aquí conmigo, Viela. No quiero que te vayas. – Me suplicó con una mirada dulce y cálida. Yo asentí de nuevo con impaciencia.
En ese momento le bajé el rostro con las manos y le di un fuertísimo beso en la frente para acabar dirigiéndole una sonrisa. Él me la devolvió con cariño.
-La Viela ladrona ha desaparecido, ahora vuelvo a ser Viela Rud, retomo el apellido de mis padres. – Anuncié orgullosa de mi victoria.
Alan me liberó de su abrazo y empezó a aplaudirme. Yo hice una reverencia exagerada y di la vuelta para dirigirme al sofá.
Mas, Alan no me permitió llegar hasta él, ya que me abrazó por la espalda y apartándome el cabello de la oreja me susurró notando su aliento en mi cuello:
-Gracias por quitarte la máscara, Viela.
Cerré los ojos y sonreí al escuchar esas palabras. Era cierto, por fin, me había quitado la máscara.

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